jueves, 10 de diciembre de 2009

hace más de dos semanas que no piensa


Se niega el uso de un soporte publicitario en razón de lo que la publicidad persiga. La idea es buena pero se apea acto seguido en tierra de sospecha al leer que la postura de los responsables de la empresa que explota la publicidad en los autobuses de Barcelona es negar una campaña que más o menos afea al mundo el divorcio y el aborto, pero dejar abiertas, como hasta ahora, sus puertas y sus chasis a la publicidad de gobiernos o instituciones públicas del orden que sean. Se lee al responsable de la negativa decir que un autobús no está “para promover debate social” y con ello afirma la muy respetable posibilidad de que haya destinos mejores que otros, lugares a los que a su empresa compensa ir y a los que no. Alivia ver que alguien renuncia a ganar dinero en razón de no se sabe qué prurito de normalidad –la única forma real de que un autobús no quiera estar para promover debate social es prohibir a sus pasajeros leer o hablarse- o lógica social separa las ideas y quien las defiende de su derecho a pagar por ser escuchadas. Más llanamente entendido se llama derecho de admisión –está en todos los autobuses. También en la página web del grupo católico ofendido, donde no hay huella del anuncio, pero sí crítica cinematográfica: Os rogamos que tengáis en cuenta las siguientes consideraciones en relación a la película “Ágora” del director Alejandro Amenábar: La película es un ataque al cristianismo y deforma la verdad de la historia. Podéis encontrar un primer análisis en:1. Lo mejor que puede hacerse es no ir a verla. Por otro lado la película como tal, y en contra de lo que representan las imágenes de la publicidad, es aburrida, lenta, con muy poca acción y muchos discursos. 2. Difundid al máximo estas consideraciones. 3. En la medida de lo posible, enviad cartas a los directores de los periódicos protestando por la falta a la verdad histórica o bien del adoctrinamiento anticristiano que hace Amenábar. En definitiva, utilizad un solo argumento concreto y bien escrito. El punto 1 choca frontalmente con el 2, pues pedirte difundas una opinión sobrela película después de recomendar que te abstengas de verla es como esperar un autobús día y noche sin saber dónde lleva o para. En este mundo es fácil, hasta inevitable, sentirse desorientado. Lo difícil es llevar una empresa, una sociedad anónima o no que vaya marcha atrás si un viajero lo pide.

viernes, 25 de septiembre de 2009

sopa de aleta de memoria


El anuncio emerge veinticinco años después de que lo hiciera la película en que se inspira. Y alguno justo antes de que la crisis de las punto.com arrastrará al fondo a no pocos de sus nadadores en 2000. La recurrencia a los símbolos que pavimentan la sociedad que nos toca vivir es tentadora y natural entre dos medios tan próximos en sus mecanismos, promesas y premios fugaces como sean publicidad y cine. Interesa en este caso la confianza del anunciante en la precisión de la memoria, en su pervivencia. Dos décadas y media después de la exposición al fenómeno tiburón, la imitación perfecta del cartel es un acto de generosidad publicitaria que afirma que las cosas perduran, que el vértigo contemporáneo no borra del todo lo que quisimos, lo que nos atrajo. Si supiera cómo, cada anuncio estaría conectado a lo que acabas de hacer, querer, soñar. No puede porque nada puede. Así, la publicidad, que vive de reescribir sobre deseos que apenas acabamos de emplear, lo hace aquí a través de esa cortina etérea y tan escasamente comercial: el mundo que tuvimos. Uno presentó a Cervantes una vez, inmerso en un anuncio de Iberia, y el hasta hace nada consejero delegado nos dijo, mientras lo amputaba del todo, que era antiguo. Esa diferencia es cultural y es de fe. No teme tanto hacer viajar lejos a quien mira el anuncio, cuanto hacerle viajar. La memoria y sus posibilidades de ralentizar el ritmo al que perdemos, también está en gestos pueriles como ese, que para anunciar algo de breve vida pugna por separarlo de nada perdurable.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Got ideas?


Es improbable que los responsables de marketing de una marca de leche de cierta magnitud desconozcan la campaña estadounidense creada por Goodby, Silverstein and partners que desde 1993 alumbra magníficos anuncios en torno a un sencillísimo concepto que hasta un niño puede entender, y cualquier personaje encarnar. En la ¿versión? española produce esta versión aguada, que se comenta sola. Y que tan bien condensa la esterilización que en la leche mata las bacterias y en sus anuncios las ganas de mirarlos.
Quizá la publicidad va por delante de la sociedad, como es común creer, y quizá lo hace en función de quien viene unos metros detrás, bien sea en forma de mera zanahoria o como algo mejor, acaso algo que no sólo vaya por delante, sino que guíe hacia un camino pavimentado con humor, ironía, o cualquier forma de inteligencia que no trate al consumidor de alelado. Lo que viene a contar que si la publicidad es ese delante, más claramente cuenta lo tan detrás que pueda ir la sociedad en que tiene lugar.

miércoles, 12 de agosto de 2009

El espíritu de la colmena


Qué quepa en un anuncio es tema antiguo, y la forma en que cada elemento modifica la información que contiene el resto es el arte del puzzle sin modelo claro. Posar en la página izquierda con una promesa de rentabilidad a la inversión tiene una relación ambigua con hacerlo en la página derecha con aquellos que, patronal mediante, son corresponsables, en la dificultad de despedirlos, de que la rentabilidad de una compañía no sea la que podría. Tenemos así uno de esos anuncios bizcos en el que cada parte del anuncio mira a públicos distintos y acaso incompatibles entre sí. Así, “Comprometidos con el empleo” es lo último que quiere escuchar el que viene de leer “rentabilidad garantizada del 8%”. Pero al revés, justo aquella es la frase encargada de aplacar el más que presunto bizquear del departamento económico gubernamental que haya de validar una oferta de pagares corporativos sin auditoria existente. La inusual doble página en estos tiempos famélicos de publicidad en prensa se dirige, a la vez, a un tercer público: el de los dueños del periódico, que muy probablemente llenarían, de no ocuparlas quien las paga, esas dos páginas con no poca chanza acerca de esa mancha amarilla ubicada en la parte superior derecha. Invierte César en lo que es suyo, y raro ha de ver un consejo de administración bajo los auspicios de Nuestra señora del perpetuo socorro, pues inquieta imaginar que el acto de fe que es invertir vaya de la mano -de la mano de los gestores- de esa otra fe que guía las decisiones en la posibilidad del milagro o acaso, sugerido por el propio historial del fundador, en la bondad del suplicio como camino de redención. Cuenta, así, finalmente el anuncio ese derecho de propietario, tan frecuente: que lo que en él aparezca haya de gustarme a mí, y sólo después a quien ha de pararse a leerlo, estupefacto.