sábado, 19 de noviembre de 2011

lunes, 14 de noviembre de 2011

tenemos lo que no entender




Aspirar a la invisibilidad es condición natural de la política, dada su condición de envase hueco o sospechoso. Por eso la publicidad es una ventana perfecta: simultáneamente permite el énfasis y la nada, esconde justo lo que presume, y cómo notar la diferencia si nadie difiere. Como casi todas, las campañas del pp son minuciosamente mediocres, es decir, minuciosamente coherentes, pura lista cerrada de ideas aún más cerradas. Al psoe de poco le sirve tener eventualmente ideas –es decir, respetar la inteligencia de sus presuntos votantes- dada la forma en que las malgasta, pero algo cuenta el que en un país de audiencias orgullosamente ignorantes o indolentes, el psoe juegue la carta de la sofisticación con un pie en el abismo de las elecciones del domingo.
En un entorno político y lo que es peor, también social, en el que cualquier mención a una memoria intelectual mínimamente exigente es visto y acusado como un síntoma de elitismo o vanidad intelectual, pedir hora a De Gaulle, a Churchill, a Kennedy, a Luther King parea exponer cómo la sangre, el sudor y las lágrimas también pasan por el cerebro, como lo hace decidir tu voto, es tan valiente como desdichadamente poco creíble a estas alturas. Paradójicamente, la simulación más verosímil –recordar las veces innumerables que hemos estado al borde del desastre total- también es la más irreal. El público que asiste pensativo y atento a los discursos –como si el oído contara tanto como la boca- existe solo dentro de un anuncio. La política como ficción a sueldo ha vaciado de sentido semejante empeño fuera de la publicidad.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Al resto, la policía fiscal



El banco que paga este anuncio viene de anunciar la escasamente relajada noticia de que notificará a las autoridades fiscales estadounidenses la identidad de sus clientes originarios de ese país. También que ha provisionado 295 millones de dólares para afrontar cualquier acuerdo con las autoridades estadounidenses. Y aún es un resultado cómodo de acabar así el partido, pues al otro lado de la red (fiscal), UBS aceptó pagar 790 millones de dólares en 2009 para cerrar una demanda criminal, acompañada de la recomendación de las autoridades suizas de proporcionar a la Hacienda estadounidense los datos de 5.000 clientes acusados de evadir impuestos. El secreto bancario es, entre otras cosas, un delito bendecido por quienes nadan a oscuras y guardan la ropa desde lugares de la política y las finanzas. Asi que el prescriptor obvio no es aquí Federer, sino… la piscina. Y que el anuncio muestre una a pleno sol en un país donde se debe poder usar 20 días al año, cuenta esa virtud a la que Credit Suisse debe su fortuna: la liquidez real, posible, existe en Suiza bajo techo, oculta, a salvo no solo de miradas, sino de control sobre qué delito fiscal impunemente abona. Que la frase final hable de valores es solo una broma más.

lunes, 7 de noviembre de 2011

el futuro, en la siguiente página


Leer el periódico a partir de la última página modifica la noción de qué espera delante y qué detrás. Y así, como en El País de ayer, impreso tras la portada, el futuro del que habla el anuncio resulta ser… la encimera de la cocina. Es peor aún si llegado a ese punto, se recomienza a pasar el periódico de delante a atrás, porque el futuro, pegado a este presente hasta estar impreso justo por el otro lado del coche, es el que viene de contar el infierno político por el que se despeñan las economías europeas desde el estallido de la crisis mundial. Titular “ideas que nos descubren el futuro” es menos afortunado estos días que publicar “ideas que nos descubren el futuro del automóvil”. La diferencia es poca, pero evitaría que la idea real de futuro –global, doliente, destructiva- venga a posarse sobre el significado parcial que lo redirige a comprar un coche, cuyo precio –a partir de 30.000- suena además… a pasado. Al mismo pasado que en Estados Unidos, no hace ni cuatro años, hizo pronunciar –en vano, por supuesto- a los presidentes de las compañías Automovilísticas estadounidenses, rescatadas con dinero público, que su tecnología iría encaminada desde entonces a la sostenibilidad y la optimización. No es culpa de Audi que a las puertas de una depresión económica global, haya quien pida unos tanques en sus calles como en 1932 países enteros bendijeron otros. Tampoco ha de confundirse la arrogancia, la avaricia y la ceguera criminales de quienes han creado el mundo que tenemos con su perfecto derecho a elegir qué coche quieren pagar. Es solo que, simple y llanamente, al mundo le sobran 9 de cada 10 Q3 que Audi venderá en todo el mundo. No porque la tecnología que lo produce no merezca llamarse “futuro”, sino porque gran parte del dinero que lo paga no aspira a esas “nuevas metas, nuevas expectativas”, sino a lo contrario. Viejas metas, viejas expectativas, todo viejo. Como el futuro de ese 1% al que el periódico solo empieza a decirle algo en sus últimas dos páginas.