La
política, que vive, como las redes sociales, de la amplificación sin sentido
acaba coincidiendo con éstas cuando trata de explicarse con visos de proximidad:
su destino es convertirse en fuente de parodias, o en el mejor de los casos, ser
difundido vía escarnio. Pero es otro rasgo de las redes sociales lo que explica
la campaña del pp previo al año electoral que se avecina: cómo lo que es creado
por y para un espectador localizado –su masa votante- acaba por volverse en su
contra al encuentro con aquellos para quienes no fue concebido. La paradoja, lo
que vuelve patético el esfuerzo, es pretender que sus esfuerzos tienen como
objetivo precisamente cuidar de aquellos contra los que se gobierna toda la
legislatura. Lo escribe David Trueba en El País 30.1 –“mejor que te mientan los propios a que te digan la verdad los otros”-
y quizá de tan obvio resulta pudoroso afrontarlo en la publicidad propia. Pero
bastaría con poner a esperanza aguirre a definir la esencia de su partido para
crear un spot con forma de mitin –el único que soporta, hoy por hoy, ese
partido- que no se volviera contra ellos. Y eso acaba contando la menos
electoral de las razones: la lucha entre el partido que debieran ser y el que
son, entre el que les da triunfos electorales y les incapacita para
esgrimir el más mínimo discurso creíble, y el que solo existe en su publicidad. Nada tan exótico en el arte de la
venta del matiz como ver a gonzález pons –artillero mayor del maximalismo zafio
contra el último gobierno socialista- entre quienes tratan de vender una
realidad en b, que está ahí aunque nadie la vea. Con la sra. aguirre de
prescriptora se hubieran ahorrado hasta palabras. Con haber firmado “aún queda
mucho” su masa votante les hubiera entendido perfectamente. Y el resto del país
hubiera seguido haciendo lo que viene haciendo: ignorarles hasta que llegue el
día de expresarlo más claramente en las urnas.
sábado, 31 de enero de 2015
viernes, 30 de enero de 2015
estrellado
Eventualmente,
las mismas páginas del periódico que ensalza la importancia de la cocina
premiada acogen a quienes escogen renunciar a ese logro y vivir sin la presión
de mantener ese nivel, a costa del placer o la tranquilidad que da hacer lo que
quieres y no lo que se supone que debes. Que viene a decir que muy probablemente,
pasada la euforia ligada a saberte premiado, quienes disfrutan en un
restaurante con una o varias estrellas Michelín son los comensales y no quienes
trabajan cada día para estar a la altura de ese listón mefistofélico. Ligar la
esencia de un coche al prestigio, trabajo y filosofía que hay tras la concesión
de un premio que es, en su nombre, idéntico al logo del coche, hace sonreír de
admiración nada más entrever el símil. La sonrisa cambia al advertir hacia
dónde deriva el nexo, pero se hiela al ver el resumen formal de esa expresión,
como si un coche de 40.000 dejara de serlo solo porque te quitan el símbolo que
viene en su parrilla central. O peor aún, como si lo que simboliza esa estrella
de menos no importara hasta que te la quitan. Algún día David Muñoz perderá
alguna de las estrellas Michelín que le adornan. La buena noticia es que
Mercedes podrá seguir amortizando este anuncio con solo cambiar ligeramente su
frase final, por una más sensata: Importa lo que hay tras una estrella. Aunque no
esté.
el tic de siempre
La
renuncia a contar algo que te diferencie para elegir, en su lugar, algo que te
acerca a cuantos más, mejor, es un tic social que tiene que ver con la sensación
de pertenencia. Y que, desde su práctica en lo publicitario, tiene que ver con
otro tic no menos humano: la incapacidad de entender lo que el marketing
adecuadamente elegido puede hacer por diferenciarte. Lo que en el individuo es
gregarismo, en la forma de una marca de relacionarse con el mundo es pereza y
pensamiento débil. Alentados por lo tentador que es siempre confundir seducir
con imitar, la publicidad de una agencia de viajes inunda desde hace meses
insufribles las páginas de los periódicos con imágenes de parejas posando para
una autofotografía. En esa costumbre tan humana que es guiarse por el profeta menos
adecuado, la patética aproximación de una marca de caramelos a la realidad que
imprime el periódico en la página previa desaprovecha, zafiamente, lo que más
valor tiene siempre en estos casos: optar por ligar lo que dices a lo que
sucede en tiempo real fuera de los tonos edulcorados de la publicidad. Sin valor para
decir lo que quieren decir –que el aliento político apesta-, queda en un tic más
de la publicidad: el gag burdo que escoge ser impreso en un periódico en vez de
servir a lo que realmente aspiran: el chiste inserto en un monólogo de bar
triste y vacío.
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