Ir del
jamón a la risa no es un trayecto fácil, porque, para empezar, en ese surtido
de cómicos hay humor 5 jotas y mortadela infame, todo mezclado. Cierto que la
boca que sirve para masticar sirve para esbozar una sonrisa y eso basta en un
anuncio que dure treinta segundos. Como la versión ofertada dura cinco veces más,
la gravedad con la que se llega al gag tiene el sabor de una salazón excesiva,
de una curación amarga, casi disecada. Lo que sigue al teléfono que suena
cuando la digestión de la idea es ya insufrible conserva el poder magnífico de
emocionar. Pero lo que perdemos en el camino, extraviado, injustamente fatigado,
es la congregación, no del humor, sino de la historia de un país representada
en rostros con los que uno ha crecido, aprendido, incluso si el precio era
rechazarlo, ya de adulto. Cada una de esas caras que se congregan alrededor de
una lápida ha detenido, risa mediante, por un instante cada una de los
conflictos constantes y mínimos que nos acosan, nos duelen, nos amputan horas
de alegría. Aún esa pérdida, el mensaje antibelicista de Gila se entiende
transparentemente como uno que llama a detener el sufrimiento que nos acosa,
aunque las trincheras sean hoy financieras y sus muertos sigan vivos, en la
penuria progresiva. De unos charcuteros cabría esperarse el valor exacto de saber
cortar, pero de momento, como las propias fiestas que nos inundan, la idea es
mucho mejor que su ejecución. Sin ese exceso, y con solo cambiar al más famoso
de los cómicos por el más solvente que ese plano necesita (Forges, Cano) tendríamos
una maravilla. Es mortadela, pero cierras los ojos al final y sí, sabe a
jabugo.
miércoles, 21 de diciembre de 2011
domingo, 4 de diciembre de 2011
cósmicos de la legua
Quizá en la verdad sabida de que las contraportadas de
los libros son el sitio perfecto para vender lo que no se haya en ellos, se
entiende que el editor del libro en cuestión escoja las páginas del suplemento
de libros de El País para anunciar un libro en ese titular grandioso –moneda cósmica o cómo aprehender la física
moral que rige el universo- mientras el texto que lo acompaña habla de
otro, uno que, como se cuida de decir “solo
en apariencia es un libro de autoayuda”, siendo en realidad un tratado que
incluye “grandes principios de la
filosofía”. Y eso es solo en el primer párrafo. El segundo equipara la “física moral que rige el universo” del
autor a los “grandes filósofos de la
naturaleza, de la Grecia clásica”. No ha acabado de equipararse a ellos
cuando el tercer párrafo ya le distingue en ese “a diferencia de los filósofos de la antigüedad, no busca el origen
del hombre, sino que se centra en su destino”. El cuarto contiene la revelación –“la superación de las carencias económicas
solo puede originarse en el talento personal de cada uno”. Uno lamenta que el quinto párrafo apenas dé para contener el anuncio de los “40 años de trabajo compendiado” en ese hallazgo de la
inteligencia humana. Quizá porque cinco párrafos son ya muchos para una
contraportada, el sexto olvida explicar cómo viniendo “del talento personal de cada uno” como eje de la mejora humana, debemos,
en cambio, “trascender el modesto mundo
de las tres dimensiones” –el único que tenemos- para “elevar nuestro desempeño cognitivo a dimensiones superiores”. O
cómo, habitando únicamente este planeta, “La
moneda cósmica que facilita la riqueza material y la abundancia espiritual” suena
a desperdicio de energía o inversión, sin que quede muy claro cómo la energía
desarrollada –acuñada, diría el sabio- en nuestro interior puede comprar algo
en la galaxia Andrómeda o en las proximidades de un agujero negro. Seguramente
por problemas de espacio, el séptimo párrafo escoge tranquilizar en vez de
explicar cómo todo esto “lleva
inexorablemente aparejada la felicidad”. “Estamos ante un libro de filosofía o de ciencia o ambos, todo menos un
manual de autoayuda”-concluye. Más explícitamente, y sobra decirlo, “no uno de esos libritos permisivos de
autoayuda que invitan irresponsablemente a desear cualquier cosa y pedírsela al
universo”. Quizá porque la permisividad, la irresponsabilidad, o la
cualquier cosa son mucho más fáciles de pedir al primero que pase por la página
de un periódico.
sábado, 3 de diciembre de 2011
conversación entre páginas
También la publicidad de un banco en la página once del
periódico empieza una frase que continúa trece páginas más allá, en la noticia
de que el mismo banco que “utiliza toda
nuestra experiencia con las mejores empresas para ofrecerte un plan
personalizado que rentabilice tu dinero al máximo” resulta la única entidad
que puja por las ruinas endeudadísimas de la Caja de Ahorros del Mediterráneo,
entre cuyos activos está haber sacado del propio gobernador del Banco de España
la frase “es lo peor de lo peor”. Para
poder adquirir una caja que hasta septiembre registraba pérdidas de 1.731
millones de euros y una morosidad del 20%, el banco del anuncio afrontará
asumir pérdidas de 3.400 millones de euros. A cambio, ganará tamaño que le
permita acercarse al banco Popular, su más directo competidor. Quizá una
conversación sobre el futuro del dinero que Loquillo o Inocencio Arias tengan
en ese banco haría un anuncio más interesante.
jueves, 1 de diciembre de 2011
dos tiendas juntas
Solo el uso de trajes idénticos evita ver en el ejercicio
de la política la obvia confección de modelos solo aparentemente distintos a partir
del mismo material. Al menos las tallas de un jersey son transparentes en
aquellos a los que sirven. Y uno solo reprocha a Benetton no aportar un mensaje
más próximo a la realidad que hermana moda y política. Pues ni Obama odia a Hu
Jintao ni éste a aquel. Por qué deberían hacerlo. Y si éste mantiene devaluada
su moneda para favorecer sus exportaciones y mantener a raya cada décima de
desempleo posible, ni cerrando los ojos podría Obama ignorar que China es el
mayor coleccionista de dólares que el mundo haya visto, y su mayor prestamista
vía compra de deuda pública. Sus diferencias son solo de patrón, de escaparate,
de talla económica.
Imprimes “United is better” y la distancia entre moda y
política adquiere un barniz más normalizado. Es decir, aspiraría a vender
jerseys tan nítidamente como a aprovecharse de la relevancia mundial del
prescriptor. Si en su forma actual el anuncio es más obsceno que gratuito es
porque un beso ficticio ilustra las mil muestras de afecto hipócrita que los
gobiernos se procuran delante de las cámaras para, una vez vuelto cada uno a su
cubículo, tratar de venderle sus propios calzoncillos al país al que viene de
quitárselo. Una marca no odia a otra, solo necesita su desaparición, ocupar su
espacio, lograr sus habitantes. A nivel local o global, la política es solo un
tipo de actividad comercial. Hay más mentira y más inoportuna en el verbo
escogido –hate- que en cualquier retoque fotográfico que ponga a un político a
simular lo que es –un vendedor más- o ya que estamos, una campaña publicitaria en
permanente compra-venta de espacios.
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