domingo, 4 de diciembre de 2011

cósmicos de la legua

Quizá en la verdad sabida de que las contraportadas de los libros son el sitio perfecto para vender lo que no se haya en ellos, se entiende que el editor del libro en cuestión escoja las páginas del suplemento de libros de El País para anunciar un libro en ese titular grandioso –moneda cósmica o cómo aprehender la física moral que rige el universo- mientras el texto que lo acompaña habla de otro, uno que, como se cuida de decir “solo en apariencia es un libro de autoayuda”, siendo en realidad un tratado que incluye “grandes principios de la filosofía”. Y eso es solo en el primer párrafo. El segundo equipara la “física moral que rige el universo” del autor a los “grandes filósofos de la naturaleza, de la Grecia clásica”. No ha acabado de equipararse a ellos cuando el tercer párrafo ya le distingue en ese “a diferencia de los filósofos de la antigüedad, no busca el origen del hombre, sino que se centra en su destino”. El cuarto contiene la revelación –“la superación de las carencias económicas solo puede originarse en el talento personal de cada uno”. Uno lamenta que el quinto párrafo apenas dé para contener el anuncio de los “40 años de trabajo compendiado” en ese hallazgo de la inteligencia humana. Quizá porque cinco párrafos son ya muchos para una contraportada, el sexto olvida explicar cómo viniendo “del talento personal de cada uno” como eje de la mejora humana, debemos, en cambio, “trascender el modesto mundo de las tres dimensiones” –el único que tenemos- para “elevar nuestro desempeño cognitivo a dimensiones superiores”. O cómo, habitando únicamente este planeta, “La moneda cósmica que facilita la riqueza material y la abundancia espiritual” suena a desperdicio de energía o inversión, sin que quede muy claro cómo la energía desarrollada –acuñada, diría el sabio- en nuestro interior puede comprar algo en la galaxia Andrómeda o en las proximidades de un agujero negro. Seguramente por problemas de espacio, el séptimo párrafo escoge tranquilizar en vez de explicar cómo todo esto “lleva inexorablemente aparejada la felicidad”. “Estamos ante un libro de filosofía o de ciencia o ambos, todo menos un manual de autoayuda”-concluye. Más explícitamente, y sobra decirlo, “no uno de esos libritos permisivos de autoayuda que invitan irresponsablemente a desear cualquier cosa y pedírsela al universo”. Quizá porque la permisividad, la irresponsabilidad, o la cualquier cosa son mucho más fáciles de pedir al primero que pase por la página de un periódico.

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