miércoles, 21 de diciembre de 2011

con dos lonchas bastaba



Ir del jamón a la risa no es un trayecto fácil, porque, para empezar, en ese surtido de cómicos hay humor 5 jotas y mortadela infame, todo mezclado. Cierto que la boca que sirve para masticar sirve para esbozar una sonrisa y eso basta en un anuncio que dure treinta segundos. Como la versión ofertada dura cinco veces más, la gravedad con la que se llega al gag tiene el sabor de una salazón excesiva, de una curación amarga, casi disecada. Lo que sigue al teléfono que suena cuando la digestión de la idea es ya insufrible conserva el poder magnífico de emocionar. Pero lo que perdemos en el camino, extraviado, injustamente fatigado, es la congregación, no del humor, sino de la historia de un país representada en rostros con los que uno ha crecido, aprendido, incluso si el precio era rechazarlo, ya de adulto. Cada una de esas caras que se congregan alrededor de una lápida ha detenido, risa mediante, por un instante cada una de los conflictos constantes y mínimos que nos acosan, nos duelen, nos amputan horas de alegría. Aún esa pérdida, el mensaje antibelicista de Gila se entiende transparentemente como uno que llama a detener el sufrimiento que nos acosa, aunque las trincheras sean hoy financieras y sus muertos sigan vivos, en la penuria progresiva. De unos charcuteros cabría esperarse el valor exacto de saber cortar, pero de momento, como las propias fiestas que nos inundan, la idea es mucho mejor que su ejecución. Sin ese exceso, y con solo cambiar al más famoso de los cómicos por el más solvente que ese plano necesita (Forges, Cano) tendríamos una maravilla. Es mortadela, pero cierras los ojos al final y sí, sabe a jabugo.

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