Casi tanto como esperar ver a una multinacional
acceder a pagar sus impuestos, dar un paso atrás en la relación del mundo con
los prodigios ligados a sus productos es una rareza publicitaria en general, y
más asombrosa en sectores –detergentes o productos de belleza- que viven clásica
y mayoritariamente de tomar por idiotas a quienes miran sus anuncios sin que
eso parezca afectar a su cuenta de resultados. Nadie que no ensucie su ropa
compra un detergente y nadie que no se sienta a disgusto con alguna parte de su
cuerpo compra un producto de belleza, pero mientras lo primero es cada vez una
lección normalizada dentro de la publicidad de quienes venden limpieza, lo
segundo sigue siendo un tabú al que engorda todo, desde la talla imposible de
quienes la lucen en los anuncios, a las promesas ilusorias refugiadas en listas
interminables de proteínas que aspiran a hacer por el sector lo que los botones
del mando de distancia luchan por contar del aparato al que sirven. Por eso la
campaña de Dove, que incluye más videos y no peor hilvanados que éste espléndido,
es un extraordinario ejercicio… de sentido común al servicio del uso realista
de una crema. Y un inusual acto de autoestima de la publicidad del sector.
martes, 25 de noviembre de 2014
domingo, 23 de noviembre de 2014
lotería de cada día
Como ocurre con la propaganda electoral, donde los
carteles de un año sirven para calibrar la distancia recorrida por un país
desde la últimas elecciones, la campaña de loterías de este año ilustra esa
otra cualidad –que tanto comparte con el ejemplo previo- de la ilusión puesta
al servicio del cambio por venir: cuán tanto puede pulsar la tecla del menos
pudoroso acerbo folclórico nacional (de ahí el patetismo del anuncio del año
pasado, puesto en manos de Bustamante o Marta Sánchez) como recurrir a la
generosidad criada en la escasez, tal este año. Paradójicamente, cuanto más
irreal el producto –la suerte necesaria para ser agraciado con millones de
euros- más verosímil la herramienta elegida para contarlo, pues ambos –el
tipismo más zafiamente sentimental y la solidaridad en mitad del éxito- son, respectivamente,
obvios y posibles. Eso pese a la apuesta por lo inverosímil del asunto que
encierra el que quienes vienen de comprar la idea de este año fueran los aprobaran
el año pasado semejante espantajo publicitario.
Quizá porque ese misma noria del criterio podría deberse a lo difícil que es manejar o siquiera entender la ilusión en tiempos oscuros, el anuncio de este año incluye el más sorprendente elemento en una campaña navideña que aspira a cambiar la vida de quienes crean en ella: la desolación. Que en el rostro del protagonista no se debe a no haber comprado el décimo justo el año que toca, sino, como muestra el anuncio previo de la campaña, a que poca ilusión puede quedarle a un hombre hoy día a estas alturas del periódico diario. La cuota de mentira del anuncio –el gesto de generosidad fiel del dueño del bar- funciona como lo hace –bien- solo porque todo lo que hay antes de ella es pura verdad: no tanto el contraste tan explícito entre la tristeza más inconsolable y la alegría más incontenible, sino algo que es realidad en vena: el trayecto diario que separa cada minuto a quienes lo tienen todo y a quienes nada. Por eso, el anuncio real de todo esto, que acaba vendiendo el resto del año “de ilusión también se vive” este año permite tan bien su versión endulzada: a condición de decir la ficción a la cara de la misma verdad.
Quizá porque ese misma noria del criterio podría deberse a lo difícil que es manejar o siquiera entender la ilusión en tiempos oscuros, el anuncio de este año incluye el más sorprendente elemento en una campaña navideña que aspira a cambiar la vida de quienes crean en ella: la desolación. Que en el rostro del protagonista no se debe a no haber comprado el décimo justo el año que toca, sino, como muestra el anuncio previo de la campaña, a que poca ilusión puede quedarle a un hombre hoy día a estas alturas del periódico diario. La cuota de mentira del anuncio –el gesto de generosidad fiel del dueño del bar- funciona como lo hace –bien- solo porque todo lo que hay antes de ella es pura verdad: no tanto el contraste tan explícito entre la tristeza más inconsolable y la alegría más incontenible, sino algo que es realidad en vena: el trayecto diario que separa cada minuto a quienes lo tienen todo y a quienes nada. Por eso, el anuncio real de todo esto, que acaba vendiendo el resto del año “de ilusión también se vive” este año permite tan bien su versión endulzada: a condición de decir la ficción a la cara de la misma verdad.
martes, 14 de octubre de 2014
revolución contra cultura
Bucear en el supermercado
de la ideología del siglo XX es tan rentable para la industria editorial como
infrecuente desde la publicitaria. Que ambas –la idoneidad para un arqueólogo y
la peste para el de al lado- coincidan en el folleto de un supermercado
cultural es una curiosa forma de animar a lo primero –leer- a través de la
iconografía de lo segundo, que, entre otros crímenes contra la humanidad, prohibió
los libros y en su lugar puso en las manos de sus súbditos esclavizados un
mismo volumen de tapas rojas y aspiración bíblica. Ha de compensar exhibir lo
que en su día fue una perversión propagandística para pervertir a tu favor lo
que esas caras falsamente sonrientes significan en la historia de la atrocidad
universal, y si ha de haber pocas formas más sutiles de compensar el daño que emplearlas
para fomentar la venta de libros, es dudoso que tan fina interpretación esté en
la cabeza de quienes aprueban la campaña. Hay una oportunidad de averiguarlo, y
ésta discurre por el camino previsible: “Tenemos
el otoño encima y es hora de trabajar… trabajaremos codo a codo, como chinos. Nada de pesadillas, nada de soñar tonterías y
cosas raras: los libros están llenos de buenas ideas para soñar… trata de no
dedicar tus horas libres a ponerte frente a cualquier pantallita… mejor que no
te vengan con cuentos chinos” –dice el texto, impreso a la
vuelta de la portada. Y qué oportunidad perdida de emplear las tarjetas opacas a
sueldo de una caja de ahorros que invertir en libros al mismo tiempo que se
honra la modificación de la ley de justicia universal, amputada por el gobierno
ante las presiones chinas tras haber sido llamado a detención su anterior líder Yiang Zemin por genocidio
en Tibet.
sábado, 4 de octubre de 2014
doping financiero
En
los mismos días que la compañía que firma el anuncio patrocinaba las pruebas contra
el dopaje en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, su director ejecutivo en China,
mark reilly, dirigía el soborno sistemático de la sanidad china, al pagar a funcionarios,
médicos, enfermeras y clínicas para que utilizasen sus productos. Sancionada con
379 millones de euros hace apenas unos días, y reconocidas dichas prácticas por
la compañía farmacéutica, la cifra es la misma que la pagada en sobornar. Sobrestimulada
la demanda, los precios de los medicamentos de la compañía llegaron a ser siete
veces más altos que en otros países –se lee en El País 20.9. “Seguimos comprometidos con la gente de
China. Seguiremos expandiendo el acceso a medicinas y vacunas innovadoras para
mejorar su salud y bienestar. También seguiremos invirtiendo directamente en el
país para apoyar la agenda del gobierno de reforma del sistema sanitario y los
planes a largo plazo de crecimiento económico” –se lee a Andrew Witty, consejero
delegado de la compañía. Un estimación de la Asociación de Compañías Farmacéuticas
de China estima que los sobornos suponen el 20% del coste de un medicamento típico
en el país. Dada la implicación de la clase dirigente china en casos de corrupción,
Witty podría, simultáneamente, estar y no estar mintiendo un ápice al garantizar
que “ seguiremos invirtiendo directamente
en el país para apoyar la agenda del gobierno de reforma del sistema sanitario y
los planes a largo plazo de crecimiento económico”.
sábado, 20 de septiembre de 2014
un buen comienzo en el infierno
Apenas
un mes desde que el banco Espírito Santo fuera rescatado por 4.500 millones de
euros de los fondos europeos, de que sus accionistas lo perdieran todo, de que
fuera escindido en dos bancos –el malo y el nacionalizado temporalmente-, su
reencarnación se anuncia en el mismo periódico que imprime estos días el cese,
tras solo dos meses en el cargo, del encargado de vender la entidad para
recuperar el coste del rescate. Si asombra más bien poco que quien elije
anunciarse en un medio, lo haga esperando que nadie lo lea, menos aún –Bankia
queda cercano- que la redacción del texto ignore la más elemental vergüenza
ajena –“servicios de eficacia
contrastada… comprometidos en hacer cada vez mejor aquello que ya venían
haciendo bien: servir eficazmente a millones de clientes”-, que solo se
explica en que, como es obvio, esa es
la respuesta que han de dar a quienes entren en su oficinas a preguntar cómo un
banco tan eficaz y tan solvente en sus servicios puede generar un agujero
contable de 4.900 millones de euros. Tan clásicamente publicitaria ella, tan al
alcance de la comunicación de cualquiera que necesite vender como fuego las
cenizas, la mariposa está llena de gusanos.
que parezca lo que es
Qué
más patético para advertir lo poco que la publicidad se exige a sí misma, que
ver en uno de los poquísimos anuncios que no aspiran a mimetizarse con el resto
ese anexo –documento publicitario- que el periódico imprime para advertir al
lector de que su logro –diferenciarse- es justo lo último que la publicidad
debe intentar.
viernes, 19 de septiembre de 2014
pajarear el pasado
Quizá
porque muchas veces a un famoso le importa más qué compra un anunciante que lo
que vende con su colaboración, los anunciantes que se ligan a él ejercen el
mismo derecho a la incoherencia. Es así como, meses después de que Dylan
prestara su evolucionada carrocería mental al de una marca de coches, estos
días la pone a disposición de un banco, uno de los pocos sectores que puede
adelantar por la izquierda a un coche en la promoción de lo que no necesitamos.
Si ambos anuncios –el de Chrysler y este de ING- están estupendamente trenzados
es porque el único que sufre en el proceso es Dylan. No la banca online, una de
las pocas que puede firmar la frase que cierra el anuncio –A todos aquellos que
se replantean las cosas. Y Dylan no ha de ignorar que es justo eso
–replantearse las cosas- lo que, en su paso del formato acústico al eléctrico, de
la canción protesta a una temática más libre, del folk al pop, lo que volvió en
su contra a muchos de quienes vieran en él el anuncio de un mundo distinto al
que, sin ir más lejos, libraba Estados Unidos en Vietnam o la segregación
racial en buena parte de sus estados en la misma década en que fueran grabadas
las imágenes que emplea el anuncio. Que alguien pueda, medio siglo después, seguir
representando lo que fue y no lo que es, es menos una derrota de su trayectoria
que un triunfo de lo que da de comer a la publicidad: la atención fugaz,
precaria, sin tiempo y acaso sin ganas de enjuiciar cómo alguien que fue
conocido por algo que ya no es dice de un banco –entidad imposiblemente acústica-
probablemente lo mismo.
lunes, 15 de septiembre de 2014
en el país de los mancos
La
forma en que la moda se toma en serio a sí misma llena las revistas del sector
de anuncios que son muchas veces solo mirada fanfarrona o languidez risible,
como si contar algo –una mera combinación de tejidos tintados y costuras
adecuadas- que necesita ser otra cosa –la encarnación textil y explícita de tu
personalidad- no fuera lo que todas las marcas de todos los sectores posibles vienen
haciendo desde siempre. Como si existiera un pacto con quien compra esas
revistas, mimetizar el vacío con el vacío del anuncio siguiente pudiera acabar
contando que cualquier esfuerzo por añadir una mínima cuota de simbolismo
afectaría a la propia esencia de la moda, poniendo a ese niño en el camino del
rey desnudo. Y no. Ni para contar algo nuevo necesitas salir del mundo que
habitas, ni ese algo exige ser un algo evidente o meramente ambicioso. Ligar la
calidad de una prenda térmica a la paz que aportan los lugares en que podrías
vestirla no deja de vender una prenda que, además de calor, aporta los
atributos que la moda necesita para sentirse tal. Es un pequeño paso para la
marca que lo paga, y dudosamente un gran salto para el sector que viene a
interrumpir.
domingo, 14 de septiembre de 2014
después de que todo suceda
Improbablemente
quienes salen en el anuncio habrán visto a Jordan en su plenitud, es decir, al
Jordan de los movimientos recreados, pues todos tuvieron lugar o antes de que
nacieran o a una edad muy temprana para poder recordarlos. Y sin embargo el
anuncio apela a una memoria social que, siendo inmediatamente reconocible para un
adulto coetáneo de Jordan, puede reencarnarse en admiración infantil gracias a
otros factores, especialmente youtube, o más sutilmente, haber asistido a la
carrera de Kobe Bryant, construida a partir del mismo molde de movimientos
asimilados hasta hacerlos propios. Como cualquier atributo mínimamente
complejo, la paradoja es un recurso no muy frecuente en publicidad, y que
quienes mejor son capaces de entender el anuncio sean, simultáneamente, los únicos
que ya no pueden calzarse unas zapatillas de baloncesto es un enésimo favor de
Nike a las posibilidades, generosamente calculadas, de la idea adecuada.
sábado, 16 de agosto de 2014
El club de las marcas vivas
El alma de las compañías
expresa su ánimo en términos contables, o como mal menor, en anuncios ramplones
de patrocinio a un deporte, un famoso o, más raramente, a un evento cultural. Como
si las decisiones acordadas en una sala de dirección impidieran todo movimiento
–comunicación- cercano a la vida en sus más valiosos, y creíbles, términos, la
ortopedia publicitaria acompaña la inversión general de las marcas por contar
que les importa lo que a la gente. Es mejor una prótesis que un paso en falso,
y por eso, ante la evidencia de mentir en alto lo que tan explícitamente no se
es, cuando una marca ha de sumarse a un acto socialmente relevante, la
gracilidad que adopta su publicidad es la de un presidiario hablando de leyes. La
muerte de un actor es un hecho íntimo que mueve a dolor a quienes le quisieran,
y a falta de un anuncio pagado, y visible en nuestro país, por las grandes productoras
de cine a las que el fallecido ayudara a enriquecer, hay que ser valiente para
honrar su memoria sin tener, en vida o muerte del muerto, ni oficio ni beneficio
obvio. Que una multinacional imprima –o muestre en su página web a toda pantalla-
que la muerte de un actor les “llena de una profunda tristeza” tiene,
además de una sencilla y verosímil hondura, esa cualidad que pocas marcas
pueden lucir en su comunicación, sea la que sea: expresar un dolor o una alegría
que no es suya, al ser de muchos, y sin embargo no parecer, al hacerlo, un
buitre llegado para vendernos su plumaje.
viernes, 15 de agosto de 2014
fondo de armario del purgatorio
Que el más zafio carnaval
pueda ser mezclado con la mitología sin que lo primero sufra ha de ser porque
la inmunidad lograda por los alardes de lo primero es, ya, idéntica en sus
poderes a la que alberga la segunda. Cuando la comparación sangra del todo es
al intuir la figura del héroe, traído también de ambos lados a la vez. Que el
visual exija además el precio de pedírselo a Ouka Lele confirma que la
asociación de ideas viene, no de un error juzgado benévolamente por el
patrocinador en tiempo de verano, sino de una estrategia evaluada que
conscientemente cree más conveniente reciclar a Virgilio que los cuentos del
Decameron. ¿O eran la misma cosa?
el día que se te ocurre
Hay dos formas de llevar
un cliente que invierte el dinero anual que invierte Telefónica. Y
habitualmente es la que prefiere el cliente. La fortuna que cobra la agencia
por aceptar no tener nunca razón compensa de sobra. Y quizá por eso, inserta en
el anuncio (en sí mismo, una buena idea desperdiciada, sobre todo el día que
menos debieras poder permitírtelo), no hay una sola mención al poder de las ideas
por las que todo cliente, grande o pequeño, debiera pagar, mucho o poco. No es
así porque el cliente se lo gasta frecuentemente en tener razón y quién es una
agencia para poner pegas a ello. Uno no recuerda un solo anuncio de Telefónica
que no sea un tópico hilvanado con fortuna previsible, y en ello suena a
lástima echar a perder una asociación en la que ambas partes parecen estar tan
de acuerdo. No ha de ser fácil vivir sin 70 millones de euros anuales, y quizá
una forma de afrontarlo sea publicar un anuncio en el que se imprima “Hoy es el
día antes”.
miércoles, 6 de agosto de 2014
el colegio esférico
En los mismos días en
que el anuncio se dejaba ver en Argentina, también lo hacía un video doméstico en
el que un niño pequeño, preguntado por su madre argentina qué equipo va a ganar
el mundial de fútbol, responde varias veces que Brasil –son buenísimos, dice. Y
a cada respuesta del niño, más se ofusca la madre, a la que, más que divertido,
le parece una ofensa, una atrocidad. Patéticamente, la madre sugiere entonces
que ellos, en todo caso, van con México, con Colombia, pero nunca con Brasil, imposible,
insoportablemente con Brasil. Como hace cualquiera, la identidad nacional se
nutre de lo que puede más de lo que debe, y como sucede en Italia o España, la
personalidad colectiva argentina vive refugiada en un orgullo de hinchada más
que de ciudadanía. En otro anuncio, como éste argentino y con el mundial de fondo,
un discurso del papa pronunciado en Brasil, henchido de parábolas futbolísticas,
es utilizado para contar lo contrario de lo que el buen hombre dijera, y volcarlo
como un discurso patriótico, que no va menos contra Brasil de lo que va a favor
de Argentina. La habilidad para enervar partes de la sociedad que mejor haría
en atender razones más urgentes es un clásico de la publicidad deportiva en según
qué países. La sra. a la que le parece una aberración el que su hijo prefiera a
Brasil se merece la publicidad que ve, pero el niño no. La imposibilidad de la autorregulación
publicitaria es solo la de la capacidad de quien asiste a ella para
autorregular su mirada.
martes, 5 de agosto de 2014
rey desnudo con reloj
La transmisión de propiedades que va del
famoso a la marca que le paga por anunciar su producto se basa en la paradoja
de que, pagando a alguien relevante para que aporte su prestigio a la marca que
le paga, ésta lo emplea para anunciar que es al contrario: cómo la marca
identifica, unifica a los creadores, a los iluminados, a los pioneros, como si fuera
una marca de identidad, algo que permitiera distinguirlos de los seres
normales. El hilo que separa el uso prudente de un famoso de la identificación en
los valores de ambos –patrocinador y patrocinado- es tan frágil como entender
que lo que anuncias como símbolo de sensibilidad o genio ha de ser la primera
compra -un reloj, un traje, un coche de lujo- que cualquier mafioso o
futbolista analfabeto sale a lucir. Además, nada hay que funcione como un reloj
en un genio, al contrario: su talento, su capacidad creadora, revolucionaria,
se basa en ver un tiempo y un espacio distintos de los que caben en la estricta,
previsible, monótona maquinaria que constituye un reloj. Si de algo es testigo
un reloj, cualquier reloj, es del paso invisible de quienes siguen el suyo
propio. Otra cosa es la longevidad del tiempo, la duración constante, perfecta,
de sus partes, cómo su mejor virtud es que te sobrevive, seas quien seas. Solo
que esa es la campaña que, sin famosos, lleva años imprimiendo Patek Philippe.
domingo, 20 de julio de 2014
Si yo fuera otro deporte
En un deporte que, hace
cincuenta años, obligó a retirar una campaña en la que Di Stéfano anunciaba
medias de mujer por no estar el símbolo a la altura de la masculinidad
requerida, la fecha en que una campaña anuncia la nueva camiseta –fucsia- del
equipo viene a coincidir, casi exactamente, con la muerte de aquel. Sin su
repercusión, el color elegido viene, además, a redimir el de la camiseta
–fucsia- del equipo de baloncesto en que uno jugó durante una década, con una
discreción –dicho sea de paso- escasamente a la altura de la visión de conjunto
que ofrecíamos. Para ser justos en el símil, el Real Madrid no debería ganar un
solo título hasta que se la quiten, dentro de otros diez años.
viernes, 11 de julio de 2014
libre mercado de sangre alien
Publicado a finales de 2008, cuando la
corrosión social que traería la crisis financiera apenas empezaba su recorrido,
hacerlo en The economist añadía un matiz de cruda honestidad, más asombroso hoy
de lo que era entonces, dos meses después de que Sarkozy, presidente francés en
esos días, anunciara la intención de refundar el capitalismo. Convertidos hoy
ambos –Sarkozy y la refundación- en el mismo fósil político, el anuncio es,
observado lo votado por Francia en las elecciones europeas recientes, las
prácticas bancarias libres de regulación eficaz, y la pervivencia de los
incentivos en que nadan los directivos en todo el mundo, un fósil más. Hubiera
bastado introducir en él a Richard Sennett para hacerlo publicable, de nuevo,
hoy mismo.
jueves, 10 de julio de 2014
gracia
A casi un siglo de que la gripe o influenza
matara a cien millones de personas, el bacilo de la influencia campa con una
inmunidad casi idéntica. Si los millonarios que aspiran a la invisibilidad
fiscal patrocinan sin pudor a cada uno de los candidatos del partido republicano
en Estados Unidos, en Europa los lobbistas a sueldo de farmacéuticas, empresas
armamentísticas, eléctricas, tabaqueras y demás benefactoras de la humanidad hacen
por la neutralidad de las decisiones políticas lo que los Cien mil hijos de San
Luis por la democracia y el laicismo españoles en 1823. El día que sigue a la
coronación del nuevo rey, cinco de las mayores empresas del Ibex 35 publican en
El País respectivos anuncios felicitándose de la monarquía, en lo que ha de ser
gratitud por los servicios prestados por el anterior rey a las empresas
españolas en su internacionalización, aunque ninguno de esos anuncios,
extrañamente, llame a las cosas por su nombre, como si tal fuera innombrable, o
como si fuera algo que, contado mil veces desde la casa real, estuviera fuera
de lugar cuando el consejero delegado de la empresa monárquica da paso a otro. Se
desperdicia así una de las dos versiones posibles que explican la natural
proximidad de un rey a quienes, desde el pináculo de sus respectivas
multinacionales, disfrutan de beneficios ganados con idéntica legitimidad. “No sé si es bueno o malo” –confesaba
hace un lustro el presidente de uno de los dos mayores bancos de España, al citar su
sueldo, evidentemente obsceno, sumadas las partidas que lo componen. Tener a un
rey en nómina es un privilegio si el trabajo de éste, como parece ser el caso, redunda
en beneficio del empleo en cada una de las empresas españolas para las que
negocia su influencia. Y la única forma de evitar pensar en cuán obviamente sus
privilegios le acercan más a quien reina en una multinacional es cuantificar lo
que hace por la empresa en cuestión. Felicitar a un rey por serlo es,
enésimamente, además de publicitariamente patético, tratar a los accionistas
minoritarios como lo que no son.
prosa para el resto
Ningún espectador más pasmado ante la publicidad que quien, desde el
consejo de dirección de una empresa, ha de asistir a la propia. Aunque esa
sensación está al alcance de cualquiera que empiece a leer el periódico por el
final. Así, uno puede empezar por la última página del suplemento dominical, y
su recurrente campaña actual de Apple llamando a sumarnos a la creatividad
humana que alienta la tecnología, simbolizada en ese titular –“¿cuál será tu
verso?”-, y llegar a las páginas interiores del periódico, donde poder leer que
esa misma firma viene de acordar pactar al margen de los tribunales para evitar
el juicio por pactar precios de los libros electrónicos. Reclamados 620
millones de euros por los demandantes –asociaciones de consumidores
estadounidenses-, la denuncia acusa a la marca de cobrar 280 millones de más a
los usuarios de su librería electrónica, cifra finalmente triplicada tras
denunciar el juez la elevación artificial del precio de los libros
electrónicos, tras conspirar con los grandes grupos editoriales, violando las
normas de la competencia. “Leemos y
escribimos poesía porque pertenecemos a la especie humana” –dice el anuncio,
mientras tanto- “La poesía, la belleza,
el romanticismo, el amor son las cosas que nos mantienen vivos. Citando a Whitmann –“oh, mi yo; oh, vida de
sus preguntas que vuelven; del desfile interminable de los desleales; de las
ciudades llena de necios; qué bueno hay en estas cosas, oh, mi yo, mi vida”. Y
no miente, por supuesto. Nada tan
obvio como lo que mantiene vivas a las empresas.
lunes, 16 de junio de 2014
mi bando y yo
Forjado en tiempos en que la administración de una población exigía,
principalmente, juzgar rencillas, pleitos y derechos dudosos, la figura de un
alcalde ha conservado en su fonética, en nuestro país, la sonoridad sofisticada
del cencerro que no pocas veces era la causa misma con que se acudía a él. Madrid,
que se quiere cosmopolita en el reclamo turístico, y rural en la gestión de sus
quehaceres públicos, tiene el alcalde perfecto para llevar al cuello lo segundo
mientras su eco pareciera animar a dirigirnos a lo primero. Quizá por eso lo
que debería ser obvia diferencia entre lo que las leyes obligan –la legalidad
de la monarquía- y lo que el eco borreguil del fervor personal sobra en una manifestación
de un cargo institucional es, en el anuncio publicado ayer, el retumbar de lo último
dentro del espacio que deja lo primero. Escasamente sorprendente en un ayuntamiento
que alienta y bendice las manifestaciones fanáticas con que la turba eclesiástica
y sus acólitos promete el infierno a quienes deseen abortar, amar a una persona
del mismo sexo o casarse con ella, ilustra enésimamente la conversión de la política
en algo, no regido por leyes, sino en última instancia, por sarampiones del
honor, el orgullo, el patriotismo medieval, y cuanta excepción moral alumbre,
dentro de sí, el cargo electo. El mismo día que se publica la carta de la
alcaldesa a sí misma, en el Valle Inclán tiene lugar la presentación de un
libro que recoge textos de Erwin Piscator, conocido como el fundador, o su
mejor defensor, del teatro político, que es decir de la importancia pugnada del
teatro como acto político capaz de obrar o sumarse a una transformación social.
Rescatado en un tiempo en que la política se representa a sí misma, sin pudor,
como un teatro burdo, pueril e ignorante, lo mejor que se puede decir de Piscator
es que el desprecio que sentiría por la firmante del bando ha de ser recíproco.
sábado, 14 de junio de 2014
compre orbán
El parlamento húngaro aprobaba hace unos días una tasa gradual de hasta el 40% de los ingresos publicitarios de los medios, y a quienes votaran en las dos últimas elecciones generales al torvo eslogan que es viktor orbán no debería sorprenderles que, persiguiendo a otros eslóganes, se persiga también lo que la prensa puede decir de la política. Solo que, de tener algo de sentido, es al revés: cómo, al penalizar a los medios, se podría estar haciendo pagar –también en su sentido literal- a los anunciantes por lo poco que les importa la línea editorial que contribuyen a financiar. Es poco cascabel para gato tan grande y resabiado, pero si la deontología periodística húngara está a la altura de la española, la enfermedad y el remedio se merecen mutuamente.
en manos de los sherpas
No se corona el Everest sin que el diferencial de oxígeno
cause daños cerebrales a quienes permanecen arriba demasiado tiempo. En un país
de mesetas, el gusto afiebrado por el fútbol, que no necesitaba ganar un
mundial para sentirnos siempre ascendiendo, de tanta gloria como espera, se
quedó a vivir en la cima al obtenerlo en 2010, y quién no lo haría si abajo espera
la economía, la política y el civismo propios del país. Como sherpa clásico de
las sociedades adormecidas, el periodismo deportivo, que sube y baja más rápido
que nadie, vive de vender la cumbre como si fuera un salón comedor, decorado en
los tonos sobrados, de puro vanidosos, al uso. Aunque no le importe a nadie, con
ello se desperdicia la lección que más valiosamente podría aportar el deporte a
la sociedad –que no se puede ganar siempre, que a veces se pierde y por mucho,
y no por ello deja de merecer la pena jugar, sea cual sea el juego- y así, la
decepción de la ilusión se manifiesta en lamentos que no pocas veces son
insultos con forma de deuda, de factura impagada que indigna en la derrota,
como si marcar cinco goles en vez de encajarlos justificara la atención
desorbitada, hasta lo infantil, que genera. En el taxi que me lleva a casa, la
radio como un abejorro, un locutor que vive de ofertar enfáticamente la subida
a la cumbre, clama, enfadadísimo, con quienes, tras perder España 5-1,
describen las vistas que ofrece la caída en vertical. Para esto no hemos venido
–insiste. Quizá por compasión sus compañeros de emisión no le recuerdan que
este Everest lo levantó gente como él.
martes, 10 de junio de 2014
la increíble aspiración menguante
El increíble
hombre menguante, de Jack Arnold, cumplía cuarenta años desde que estrenada
cuando en 1997 Bartle Bogle Hegarty recreó sus imágenes icónicas para vender
unos vaqueros que cualquier joven de 20 años se pondría para hacer cualquier
cosa menos ponerse a ver la película de Arnold, antes o después de entrar en la
tienda a adquirirlos. Más lejana la referencia cultural que se toma prestada,
más osado el intento. Si la campaña es magnífica es porque ni siquiera necesita
la película para tener sentido pleno, pero admira el gusto con que quien
dudosamente ha de saber de la película más que sus clientes decide aprobar lo
que, sin ser necesario, sí es valioso. Esa diferencia entre lo que está aquí
para vender y lo que está aquí para ayudarte a mirar mejor, más hondamente, el
anuncio es la que hay entre entender que lo que paga tu sueldo –lo sabido, lo
cotidiano, lo previsible- es lo último que sirve para que alguien se pare a ver
un anuncio.
lunes, 9 de junio de 2014
make em read
En un país en el que el sentido del humor incluye votar sistemáticamente a todo primate más o menos evolucionado que presente el partido republicano a las elecciones presidenciales, Fallon Mc Elligott –el prodigio que desde Minneapolis marcó dos décadas de la publicidad estadounidense- sembró de anuncios altamente improbables los medios de su país, y pocos como la campaña que a mediados de los noventa realizó para Dublin productions. Creada en un tiempo no tan lejano donde se asumía que un anuncio sobre humor bien podía exigir leer, o más pasmosamente, que quienes llenaban de anuncios falsos, consistentes en una imagen y un logo, las publicaciones sobre lo mejor de la publicidad anual eran justo los mismos que iban a leer ese anuncio, acaba contando algo igualmente magnífico: que el humor mejor pudiera ser el que te hace pensar antes de reír. Que la risa, o la complacencia en lo absurdo del mundo, acaso resida en el interior de la mente, donde la risa pudiera hacerte más sabio y no solo más ruidoso.
domingo, 8 de junio de 2014
aquí no crece
De los dos
anuncios aprobados con este visual, uno está puesto en los escaparates de sus
sucursales. Aquí creció Panama Jack –dice el cartel. Esto que publica El País
hoy es el segundo formato, su adaptación a prensa. Resuelta en dos segundos la
imposibilidad de trasplantar el titular de aquel –en El País solo crecen sus
becarios-, la solución es el clásico titular que escasamente tiene que ver con
la imagen. Como el sentido común advierte que la campaña debió ser comprada a
partir de lo que cuenta el cartel, la adaptación automática ignora lo que la
idea tuviera de interesante para quien pasa junto al banco –contar que una
marca crece en las oficinas en las que obtiene el crédito- para mostrar lo que
solo es interesante para quien paga el anuncio. Tanto daría mostrar una bota
como un jersey, como no mostrar nada. Probablemente es solo que, como sabe
cualquiera que aspire a conseguir un crédito hoy día, el banco que firma el
anuncio trata a quien entra en sus oficinas con mucha más atención de lo que invierte
en dejar fuera de sus anuncios a quien pasa por delante de ellos.
viernes, 25 de abril de 2014
Para cuando despertemos
Un
muro genera otros y a veces, un prodigio, también. El titular del anuncio
arriba presentado es un guiño a un microcuento escrito por Augusto Monterroso
hace décadas. Ni él, ni su mujer, Bárbara Jacobs, están entre lo más vendido
del catálogo de Alfaguara, aunque ella compilara hace años una espléndida
Antología del cuento triste y él figure adscrito al ciclón literario que llegó
de Hispanoamérica en los 60. Pocos conocen ese microcuento y menos aún a su
autor. Y sin embargo ambos son capaces de viajar hasta reencarnarse en ese otro
dinosaurio frecuente –el anuncio de un banco. Ahí surge el segundo prodigio: un
responsable de marketing, como cualquier otra persona, no tiene por qué asumir
que su gusto, su saber, su cultura, sus fobias son suficientemente representativas
del común popular. De las dos opciones –que conozca el microcuento o que no lo
conozca- la interesante es la segunda, pues para aprobarlo se necesita algo que
no abunda: entender que quien tiene el poder de decidir sobre la comunicación de
una marca es solo un intermediario, que la agencia trabaja para que el anuncio
sea visto, es decir, para quien no tiene el menor deseo de prestarle atención. No
existe estadística capaz de afirmar el grado real de conocimiento de la frase
que Monterroso inmortalizara, pero negarlo solo porque uno no lee o porque haber
oído el cuento sea presuntamente propio de un sector minoritario de la población
son formas de estrechar esa red que aparece dibujada, y cuyo enhebrado es, clásicamente,
un ejemplo más de la habilidad pasmosa, por improbable, de SCPF por insertar en
la publicidad partes del mundo que la mayoría desprecia. A Nabokov le habría
gustado el anuncio.
lunes, 21 de abril de 2014
un salto de fe
El
trayecto que las marcas deportivas recorren cada día para ganar un centímetro
de terreno a las que, vendiendo zapatillas como ellas, no se usan con el sudor
de tu frente, discurre paralelo, aunque con menor pendiente, del que, con pasos
más cuidadosos, transitan las marcas de moda que aspiran al dinamismo, la libertad
y la energía asociadas, explícitamente, a las zapatillas cuyo logo viene del
deporte y no de la moda. Ningún complejo lastra los intentos de una marca
deportiva por acercarse a códigos de moda, porque el uso de unas zapatillas
para salir a cenar no deja de ser una mejora, un añadido de las funciones que
vienen en la caja. Más difícil lo tiene el desplazamiento hacia el deporte de
una zapatilla firmada por una marca que solo las fabrica para salir a cenar,
porque la marca se arriesga a rebajar su estatus, que viene a ser la razón de
su precio, y no se juega con algo que cuesta tanto edificar. Lacoste es una
marca tan sólida que resiste sin problemas el que su logo aparezca en prendas
falsificadas y vendidas a la misma puerta del centro comercial en que se venden
las auténticas. Pero eso no la convierte en moderna, o soluciona el
inconveniente clásico que arrastra –su identificación con cierta clase social
más bien conservadora. Que la forma publicitaria de saltar ese muro sea,
literalmente, un salto hacia delante y al tiempo hacia abajo –gesto forzoso en
todos los deportes- es un acierto abrazado a otros.
miércoles, 9 de abril de 2014
habrá alguien más bello que yo
La publicidad sufre cuando habla de la calidad de los
espejos o de cómo debieras mirarte en ellos. Y detrás de éstos, sufre el anunciante
que se expone a que la sugerencia se vuelva contra él, que antes y después de
lanzar el guante, siquiera sea tan galantemente como aquí, se habrá refugiado
en lo que necesita para vender: convencerte de que nunca fuiste más bello que
cuando renunciaste a usar lo que oferta la competencia. Convocar la honestidad
–que no necesitas la promesa porque lo que eres lo eres sin nada de lo que te
venden para lograrlo- es una apuesta osada porque la publicidad vive de lo
contrario. Y quienes la contemplan a ambos lados –cliente y consumidor- también.
Esta es la verdad más peculiar: que aún más que el cliente que lo financia,
quien más necesita creer en las promesas es quien no es capaz de vivir sin ellas,
quien vive, sino para ellas, junto a ellas, en el mismo pacto con la ficción
que preside nuestras relaciones con buena parte del mundo. Qué si no eso es la
fe de quienes participan en el experimento por creer que un simple parche puede
hacerte más bello, más feliz, más a gusto dentro de tu piel mientras el mundo
trabaja afanosamente en ser más feo cada segundo.
martes, 8 de abril de 2014
Manecillas de Benjamin Button
Al adaptar a cine el relato de Scott Fitzgerald sobre un hombre
que rejuvenecía a medida que su vida transcurría, David Fincher suprimió una
parte turbadora que aquel ubicó en su historia –el recién nacido con los rasgos
de un anciano, posee ya la inteligencia y la impaciencia de quien ha vivido mucho.
Quizá para compensar, el guión de
Eric Roth añadió al principio un poderoso mecanismo simbólico que compensara la
pérdida, en ese relojero ciego que fabrica un reloj para una gran estación de
tren, esperado con expectación, y que al ser inaugurado, funciona perfectamente,
pero hacia atrás, para honrar el deseo de que a quienes murieron en la primera
gran guerra –su hijo entre ellos- pudiera devolvérseles el tiempo que ya no
tendrán. Entre tantos engranajes sociales que, en la vida real, sirven para
ralentizar o atrasar el tiempo que vivimos, o para anunciar tiempos que no tienen forma de llegar, un mecanismo que no toma partido por
el futuro o por el pasado es un lujo extraño.
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