El
trayecto que las marcas deportivas recorren cada día para ganar un centímetro
de terreno a las que, vendiendo zapatillas como ellas, no se usan con el sudor
de tu frente, discurre paralelo, aunque con menor pendiente, del que, con pasos
más cuidadosos, transitan las marcas de moda que aspiran al dinamismo, la libertad
y la energía asociadas, explícitamente, a las zapatillas cuyo logo viene del
deporte y no de la moda. Ningún complejo lastra los intentos de una marca
deportiva por acercarse a códigos de moda, porque el uso de unas zapatillas
para salir a cenar no deja de ser una mejora, un añadido de las funciones que
vienen en la caja. Más difícil lo tiene el desplazamiento hacia el deporte de
una zapatilla firmada por una marca que solo las fabrica para salir a cenar,
porque la marca se arriesga a rebajar su estatus, que viene a ser la razón de
su precio, y no se juega con algo que cuesta tanto edificar. Lacoste es una
marca tan sólida que resiste sin problemas el que su logo aparezca en prendas
falsificadas y vendidas a la misma puerta del centro comercial en que se venden
las auténticas. Pero eso no la convierte en moderna, o soluciona el
inconveniente clásico que arrastra –su identificación con cierta clase social
más bien conservadora. Que la forma publicitaria de saltar ese muro sea,
literalmente, un salto hacia delante y al tiempo hacia abajo –gesto forzoso en
todos los deportes- es un acierto abrazado a otros.
lunes, 21 de abril de 2014
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