La estafa tributaria es una de las señas de
identidad de nuestro tiempo, y no es casual que otra de ellas –la unión
europea- vea permanentes ejercicios de traición fiscal radicada en Luxemburgo o
Irlanda como casos más notorios. Al operar las multinacionales como países dotados
de su capacidad de presión y su impunidad, el círculo se cierra con la elegancia
de una cremallera fiscal: Apple genera más de la mitad de sus ingresos fuera de
Estados Unidos pero, radicada su facturación en Irlanda, solo paga un 1.8% de
impuestos sobre esas cifras. La cifra acordada por la Comisión europea estos
días, que podría condenar a Apple a pagar más de 8000 millones de dólares en
impuestos no pagados en los años que van de 2004 a 2012, es en sí una broma
enésima si comparada con la presión fiscal que soporta cualquier ciudadano en
esta parte del mundo, al computar en el 12.5% la tasa a aplicar sobre los
64.000 millones de dólares generados en ese tiempo. En su punto más bajo en
2010, la presión fiscal en los países de la moneda común era del 39,2%. “Lo único que no puedes hacer con quienes quieren
cambiar el mundo” –dice la campaña de lanzamiento del imac en 1997- “es ignorarles”. Hágase.
domingo, 24 de enero de 2016
sábado, 23 de enero de 2016
puesta de sol de una creencia
En un sector en el que tan fácil es considerar que
los símbolos son de quien los muestra, como si hacerlo otorgara la exclusividad
durante un siglo, pasma la decisión de un banco de fundar una no frugal campaña
de lanzamiento en el símbolo que, pintado de naranja, durante años empleara
otro como base de su comunicación. Acostumbrados a que el temor sustituya al
mínimo análisis, es un triunfo de esa forma escasa de cordura que parte de que
quien ve un anuncio bastante tiene con hacerlo. O lo que es lo mismo, que quien
asiste a la publicidad no tiene la más remota intención de memorizar,
clasificar y juzgar los anuncios que le salen al paso cada día. ¿Qué un banco
decide usar el mismo símbolo que uno que ya lo hizo? ¿y? Nadie que decida
pararse a leer este anuncio hace nada que no sea exclusivamente eso: mirar el anuncio.
¿Cuántos de quienes miran cada día un periódico online saben dónde está la
sección de hemeroteca?
seguro que no quieres oírlo
Como sucede en tantas áreas, pocas cosas le son más
arduas a la publicidad que decir la verdad a quien no quiere escucharla. La publicidad
institucional vive instalada en ese páramo sin señales ni caminos, como algo
que fingiendo querer moverse, en realidad no desea siquiera ser visto. Millones
de euros son tirados a la basura cada año en campañas que en vez de perseguir
un objetivo con la contundencia necesaria, se conforman con decir el tema en la
certeza de si algo es evitable es el silencio. Así, el carraspeo sustituye a
las ideas, la invisibilidad a la presencia pública. La discreción a la urgencia
en abordar un tema. Es el modus operandi de la política y en eso es su reflejo
exacto. Asi que, incluso sabiéndolo hijo de un gobierno no habitual en nuestra
ciudad, asombra hallar desde hace un tiempo mensajes en las marquesinas que se
acercan, al menos, a llamar a las cosas por su nombre. Siempre es complicado
decir en alto que el responsable del estado del mundo no es un partido, un
gobierno, un idioma o una moneda, sino uno mismo, que todo empieza y acaba en
la forma en que uno se conduce en público. Quizá en una época en la que exigir
sacrificios es ya un automatismo, exigir responsabilidades pueda también pasar
del lado global al individual sin mayor, ni más merecida, ofensa.
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