Por cada anuncio de Audi, esa pregunta: si el chasis de la publicidad magnífica requiere de un producto igualmente magnífico dentro de ella. Desoladora, impotente, la respuesta es no. El que Audi no necesite plantearse estas cuestiones quizá explique el asombro con el que, desde fuera, se asiste a las que sí se abordan. Una, la más obvia, es ir cómo ir por delante en diseño. Otra, más interesante, que eso suponga hacer los coches… más feos de su tiempo. O al menos los más incomprendidos. Cierto que según qué apuestas contra uno mismo son más fáciles de lanzar si la superioridad del producto presente permiten contar el fiasco pasado como una anécdota. Pero su apuesta va más allá. Y la explicación última de su concepción de la publicidad pudiera estar, no en la parte final del anuncio, sino extrañamente en la primera: ahí donde su reacción ante la acogida popular es seguir haciendo lo que creen correcto. Qué parte de su política permanente de recurrir a la inteligencia del consumidor en publicidad no será, vista la sensatez con que nos manejamos, el mismo acuerdo secreto con uno mismo.
jueves, 7 de junio de 2012
el cisne automático
Por cada anuncio de Audi, esa pregunta: si el chasis de la publicidad magnífica requiere de un producto igualmente magnífico dentro de ella. Desoladora, impotente, la respuesta es no. El que Audi no necesite plantearse estas cuestiones quizá explique el asombro con el que, desde fuera, se asiste a las que sí se abordan. Una, la más obvia, es ir cómo ir por delante en diseño. Otra, más interesante, que eso suponga hacer los coches… más feos de su tiempo. O al menos los más incomprendidos. Cierto que según qué apuestas contra uno mismo son más fáciles de lanzar si la superioridad del producto presente permiten contar el fiasco pasado como una anécdota. Pero su apuesta va más allá. Y la explicación última de su concepción de la publicidad pudiera estar, no en la parte final del anuncio, sino extrañamente en la primera: ahí donde su reacción ante la acogida popular es seguir haciendo lo que creen correcto. Qué parte de su política permanente de recurrir a la inteligencia del consumidor en publicidad no será, vista la sensatez con que nos manejamos, el mismo acuerdo secreto con uno mismo.
domingo, 3 de junio de 2012
una de tres
Si es difícil saber si la intensidad expresiva de lo argentino engendra
la radicalidad de sus posturas o si éstas produjeron lo anterior, su publicidad
ha hecho fortuna explotando la duda. Como un espejo de esa distancia flexible,
el estereotipo de género y la realidad pueden hallarse lejos y no tanto. Si la
carrera de unos y otros desde lo más profundo de su ser a su otro centro es
creíble es porque… describe fielmente la realidad al tiempo que la parodia. Si
necesitábamos poca ayuda, la inseguridad, la precariedad general es un poderoso
impulso para animarnos a fundar categorías en las que sentirnos si no a salvo,
al menos ubicados. Es por eso que, en grupo, un hombre es fácilmente todos los
hombres y una mujer, todas las mujeres. Es un juego. Y como adultos no nos
quedan tantos como para negarnos a jugarlo. Más hondamente, el anuncio sugiere
esa otra verdad: no por llegar a una meta uno deja de estar también,
simultáneamente, en el punto del que partió. “El novio de mi amiga le regala flores –dice el portavoz de los
hombres- el novio de mi amiga la lleva al
teatro. ¿Está aquí el novio de esa amiga?.” Por supuesto que está. Dadas
las circunstancias, eres tú.
antes de que cante el gallo
No es fácil ser un banco hoy. La
primera evidencia es ver el dinero invertido en negar que lo son. Los anuncios
de Banesto se imprimen estos días en el reverso de las hojas del periódico que
cuentan las noticias sobre la catastrófica situación financiera de Bankia. Comprimes
la hemeroteca en veinte años y ambos son la misma crisis. En 1993 Banesto fue
intervenida por el estado ante un agujero patrimonial de más de 3.600 millones
de euros. Sobrevivió adjudicada al banco Santander. Es básicamente lo mismo. Pero
a qué comprimir la memoria si en dirección contraria expandes la cuenta de
resultados: las ordenes en cualquier sucursal del Santander son hoy responder a
cuanto cliente asustado pregunte por la seguridad de sus ahorros que Bankia va
a quebrar. O es improbable, como poco, o es directamente falso. En ambos casos,
un anuncio de otro banco no tiene que esforzarse mucho en presentarse como la
panacea, dado el miedo generalizado. Es decir, dado el desconocimiento
generalizado.
Nadie querría ser cliente de un
banco. Si lo somos es porque no tenemos opción. Pero eso no incluye entender su
funcionamiento. No es recíproco porque no es necesario ser muy listo, ni muy
director de banco, para entender lo que un cliente necesita cuando acepta
estampar su firma en un contrato bancario, sea una cuenta corriente o un
crédito hipotecario. Y como cualquiera que haya pedido algo a un banco sabe, nada
de lo que necesitas pasa por ser entendido, sino meramente evaluado. Por eso lo
que un banco te pide es una nómina, un aval, no una carta de tus padres o una
recomendación de tu círculo de amigos. Un banco no necesita entenderte, no está
aquí para eso. Y es iluso pensarlo. Entender al banco es mucho más fácil. Y aún
así la gente sigue entrando en ellos cada día.
Llamar a eso “confianza” es una
error pulido a conciencia. Qué es esta crisis sino la inexplicable e infinita toma
de decisiones erróneas, por ignorancia o temeridad en quien las pedía, por
ineptitud o avaricia denunciable en quien las concedía. Es natural que pedir el
dinero que huye de un banco en problemas sea, al mismo tiempo, legítimo e
inmoral. Es eso lo que, sin necesidad de anuncios, se entiende perfectamente. Por
eso el segundo solo puede ser
impreso en las páginas de nacional y no en las de economía. De hecho, el
funcionamiento del negocio bancario solo se entiende en este país leyendo al
revés ese titular: ya sea estafando a pensionistas indefensos mediante acciones
preferentes o tomando decisiones de inversión temerarias o ineptas, un banco
solo distingue entre dos tipos de propietarios de su dinero: su consejo de
administración y los accionistas. “Cliente” es lo que, en el antiguo Egipto o
en las plantaciones americanas de los siglos XVII y XVIII, se entendía por
aquellos que construían pirámides o recolectaban algodón.
sábado, 2 de junio de 2012
preferiría ignorar lo que ignoráis
A primera vista, Asimov puso en
el texto empleado en el anuncio un obstáculo arduamente salvable para la
publicidad: al describir la diferencia entre la fiabilidad de las máquinas y la
de los seres humanos, la enunció desde un lado irrealizable en 1950: no la
abstracción de una mente hipotética, sino un robot del que tan creíble fuera el
juicio sobre nosotros como sobre él mismo. La autorreflexión que lleva a la
superioridad tiene unos usos en literatura –más si es ciencia ficción- y otros,
generalmente inabordables, si un anuncio que aspira a vender algo… se basa en
dirigir la crítica a quienes están encargados de comprarlo.
Un coche no es un robot, y el
prodigio es aquí que una marca de coches pueda apostar a que, pese al mensaje,
tampoco lo es quien asiste al anuncio. La atención entendida como engranaje
torpe o bobo está detrás de los fardos de publicidad idiota que nutre el mundo.
Por eso un mensaje que engrana la sensibilidad, la emoción, la humanidad en
nuestra fragilidad, fracaso e impotencia es un milagro antes que un anuncio. Pues
aspira a una clase de atención que nada en la programación televisiva alienta,
como si quien ve el programa y quien el anuncio que lo interrumpe fueran
personas distintas que se turnan el sofá.
Aún guarda un tesoro oculto,
invisible en el momento en que se produjo: si un texto escrito por Asimov puede
viajar décadas hasta reencarnarse en un anuncio, bien puede éste viajar algunos
años hasta poder ser leído hoy en clave de política fiscal, donde un mensaje
frío, eminentemente analítico, juzga el comportamiento emocional, desbocado e imprevisible
en un retrato en el que no cuesta reconocerse. Ningún anuncio está obligado a
perdurar. Hacerlo hasta trascender tu propio, minúsculo, formato es un logro que,
al igual que Audi llevara a su cumbre con Stendhal, es más hermoso cuanto más
desplaza el material más insospechado dentro de un anuncio: la literatura.
En su apogeo en manos de SCPF,
este anuncio llegó a ser el primero en verse en televisión nada más empezado el
primer minuto de enero. Como si fuera un nuevo año el que se dirigiera al ya
pasado, permanece como un ejemplo de lo que la publicidad hecha con
sensibilidad e inteligencia tiene que decir de quienes la manejan como si fuera
una azada.
martes, 1 de mayo de 2012
gasolina con que apagar fuegos
No hace falta ser socio de Greenpeace o lobbista de algún
movimiento pronaturaleza o solo prosensatez para sentir el olor que desprende
la campaña de chevron que viene publicándose desde hace meses en todo el mundo,
y que expone el compromiso de la multinacional con una contundencia tan eficaz
en lo simbólico como… directamente sospechosa, irreal en quien haya leído un
periódico alguna vez. Solo su perseverancia en salir en The Economist es pura
inconsciencia.
Paradójica, magníficamente, también cuando es fallida la
publicidad proporciona una ventana para asomarse a la compañía que la paga. Y ojalá
hubiera más webs que, como chevronthinkswerestupid.org/weagree, animaran a
colgar versiones reales de las campañas irreales que el dinero paga impunemente
en medios de todo el mundo. 90 millones de dólares invertidos en publicidad dan
para manchar millones de hojas en todo el mundo, esparciendo el mensaje. Poco
comparado con la mancha que esparcen los 18 billones de dólares de multa (que chevron
se niega a pagar) a que les condenara un tribunal ecuatoriano –donde la
multinacional eligió ser juzgada en vez de en Estados Unidos- por destruir
ecosistemas, envenenar el agua, arrasar poblaciones indígenas y expulsar a sus
habitantes.
Refiere la web cómo la
campaña logró confundir a algunos medios, que llegaron a publicar noticias
sobre la campaña falsa creyéndolos reales. A quienes dirigen la compañía debe
pasarles lo mismo.
la voz prestada
El patetismo con el que la publicidad parece haberse
puesto de acuerdo con sus espejos al sustituir su voz real –la de quien, pura y
llanamente, aspira a dar algo que merezca la pena a cambio de tu dinero- por
portavoces, explícitamente falsos -pagados para decir esa “verdad”-, llena las
mañanas y mediodías televisivas de anuncios encarnados en señoras que pregonan,
en una revelación interminable, las virtudes de un aerosol o un lavavajillas,
con la credibilidad que tendría un alienígena hablando de las playas de Torremolinos.
Hijo de esa costumbre es encarnar en casos reales lo que una compañía puede
hacer por otra, los periódicos imprimen estos días el mensaje de fiabilidad presunta,
o posible, de una volcado a través de los ojos reales de otra. No siempre
ocurre, pero es inevitable ver en algunos de los casos la simulación de esa
realidad –a alguien tratarán bien dado cómo me tratan a mí.
we tried smarter
Eso se perdió con el auge de la televisión primero y con Internet
después. La brevedad de lo que podía ser asimilado por un consumidor abrumado
por la velocidad y la enormidad de la oferta pronto escogió la banalidad del
resumen o su apogeo, la imagen como editorial, frente a la complejidad o la explicación
del mundo como pregunta. Y posiblemente no tenía elección o las audiencias
habrían impuesto otro criterio. En los despachos donde se juzgaba la imagen de
una compañía se decidió que al consumidor no le interesaba la publicidad y que,
en justo pago, ésta no tenía porqué fingirse interesado en la inteligencia del
consumidor.
El reduccionismo trajo consigo cierta justicia poética,
pues la invisibilidad de la publicidad –que es su puerilidad abrumadora- vino
patrocinada por… la misma publicidad que durante décadas financió la deriva de
la atención del público hacia formatos progresivamente más irrelevantes, más
fugaces, más innecesarios. Lo que la televisión e Internet hacían lentamente
por la jibarización de la atención del lector o el televidente fue
minuciosamente pagado por quienes hoy, creado el monstruo, no saben cómo
hablarle, qué hacer para que atienda.
Paradójicamente, es exactamente lo que Bernbach creó: una
forma de insertar la publicidad en los medios que imitará el tono y contenido
de la información entre la que se insertaba el anuncio. En 1960 consistía en insertar
inteligencia. Hoy, solo más balbuceo visual lleno de ruido y furia, que, como
el cuento contado por un idiota, en Macbeth, nada significa.
Bernbach dejó libros llenos de su logro. Y pocos habrán
reproducido con más fidelidad y gusto permanente su lección que Toni Segarra
allí donde ha pasado, de Contrapunto a Delvico, y de ahí a SCPF. El epicentro
de su magnífico trabajo, que como en Bernbach es el de quienes le rodean, es
tan simple como osado: creer que la razón por la que alguien se sienta delante
de la televisión o abre un periódico es ser asombrado, enseñado, mejorado,
tanto como pueda buscar ser entretenido o distraído de los problemas diarios. Que
si el consumidor desdeña la publicidad es por hastío y no por rechazo fundado
en razones objetivas.
También aquí la conexión con Bernbach, pues la publicidad
raramente puede ser rechazada como objeto aislado si su integración en el medio
es la adecuada. Se dirá que justo eso es el objetivo de la publicidad que nutre
programas idiotas y periódicos indignos de ese nombre: asimilarse a lo
patrocinado. Solo que la invisibilidad, como la presencia sólidamente
arraigada, también está en la calidad de la atención que genera. Las moscas
podrían ser de oro al posarse sobre la mierda y no por eso alguien se acercaría
a mirarlas.
Inserto en medio del texto, se lee “Lamentablemente, lo que puedes leer en este anuncio sigue siendo
apenas palabras, las palabras seductoras y amables de la publicidad” –Y lo
que, en otros anunciantes, sería solo la prueba de que no han leído su propio
anuncio, en uno firmado por la agencia de Toni Segarra es aún más asombroso,
pues habla de la convicción que una agencia pueda trasladar a un anunciante para
hacer justo lo contrario de lo que hacen todos: no dar, sino pedir. Pedir
atención. O lo que es lo mismo, respeto a lo que se promete. Es decir, credibilidad.
Es una apuesta osada que tiene su más ajustada explicación
en la primera frase del anuncio –“Vamos a
ser claros”. Pues todo lo que viene a continuación –desde la imagen a la
longitud del texto- contradice lo que para el resto de la publicidad significa
eso. Claridad, claridad –resuena en los despachos donde se decide la suerte de
ideas en todo el mundo. Pidiendo en realidad invisibilidad, lo logran: pasan
meses hasta que uno advierte que El País imprime publicidad entre noticias.
sábado, 31 de marzo de 2012
nueva vito de volkswagen
En la noticia de un nuevo canal de televisión dedicado a
emitir cine, se lee a uno de sus directivos que “habrá dos pausas publicitarias a la hora, pero se harán muy
cuidosamente para no interferir con la trama de las películas”. Y hay un
reverso suculento en el tema, que pudiera salvar al cine de la publicidad y a
ésta de lo que interrumpe: no ocultarla, sino insertarla mejor. Es decir, con
más sentido. Habría que probar a advertir a los anunciantes de la trama del
cine programado. Que éstos pudieran interactuar en sus anuncios con los
protagonistas de la película que interrumpen. Lo que se perdería en exigir
formatos infinitamente más baratos se ganaría en complicidad con el momento en
que insertado. Dudosamente la sutileza inexistente con que la publicidad se
maneja hoy entre lo interrumpido iba a sentarle peor a las marcas que lo hacen.
Hay que imaginar, durante la emisión de El padrino, el corte advertido con
tiempo suficiente para que un detergente pueda salpicar su mensaje de referencias
a la mesa del restaurante en que Mike/Pacino viene de descerrajar dos tiros a
sendos matones. O a una compañía aérea interrumpir con una más saludable
alternativa la escena en que Sonny/Caan viene de ser acribillado en un paso
aduanero, dentro de su coche. Qué perderíamos por intentarlo. Quién sigue
mirando la pantalla cuando aparece un anuncio hoy día.
viernes, 16 de marzo de 2012
el no anuncio
No es menos asombroso que una marca presente
en todo el mundo lo logre sin invertir en publicidad de lo que pueda serlo que a
la mayoría de los anuncios, de puro intercambiables, les sobre la marca que los
paga. Abrir una revista de moda es entrar en la habitación de los espejos. ¿Es
una coincidencia que la totalidad de la publicidad que hay en ellas renuncie a
todo lo que no sea poner un logo bajo la fotografía?. ¿Segrega automáticamente
un modelo teórico la inexistencia publicitaria de Zara? ¿es uno que habla del
valor de la publicidad como un factor que sirve para construir marcas justo
hasta el punto en que cada producto se convierte en el único anuncio que
necesita?. Zara está presente en todo el mundo. Como Gap, Cartier, Armani, Levís
, Benneton y cada una de las marcas que invierten en publicidad. ¿Puede tan
nítidamente necesitar hacer publicidad una marca cuyos productos son clónicos
de otra que no lo hace?. Los gobiernos caen en todo el mundo a pesar de que su
labor diaria consiste en buena medida en convertirse en su propio anuncio. Uno
camina por la calle y entra o no en la tienda que aparece en el camino. Existo
–enuncia la publicidad que renuncia a contar algo más que eso. Solo que no se
puede entrar en una valla al verla. Voluntariamente inerte, es una puerta
tapiada, un muro hecho de glamour que parece animar a comprar ropa, el día que
pases por la tienda que sea, sin que importe la marca que elijas. No se
diferencian tanto dos seguros de automóvil de lo que lo hagan dos jerseys y sin
embargo no chapotean somnolientos en la irrelevancia publicitaria. Quizá por
eso, al inaugurar una tienda en una de las calles más relevantes del mundo, la compañía
que no invierte en publicidad decide hablar de esa otra ropa que uno lleva puesto
todo el día: su ciudad.
gracias a claudia, que lo envía
gracias a claudia, que lo envía
miércoles, 29 de febrero de 2012
one million dollar reason
La metáfora deportiva es un deporte en sí en Estados
Unidos. En su vertiente más mediocre permite vender sin gran pudor ideas
políticas que son solo esteroides al servicio de sí mismos, y en su versión
mejor, describe el sueño americano como uno que se persigue con los ojos
abiertos. Por eso “It´s halftime in
America too” es un hallazgo que trasciende su perfecto simbolismo
publicitario –inserto en el descanso de la Superbowl- y cuya grandeza expresiva
ni siquiera necesitaría de esa otra gloria nacional –el héroe como colono de
una moral sagrada en tanto que orgullosamente propia- para esparcir un canto al
espíritu de un país, que Eastwood no simboliza menos fielmente… que el tamaño
de las aberraciones mecánicas que Detroit produce desde hace décadas. Por
supuesto, es una dimensión de la metáfora –la gloria como producto del tamaño-
que solo fuera de Estados Unidos se ve simultáneamente como un lastre al tiempo
que un motivo de orgullo. Es el intermedio en la industria automovilística de
ese país, y casi su derrota total, porque con la mitad de sus depósitos de
gasolina en cualquier otro país se va más lejos. Porque el arbitro
gubernamental hubo de ponerse de su lado mientras clama contra el
proteccionismo comercial en otras áreas del mundo. Y porque el país con el
mayor índice de gasto privado del mundo en relación con su PIB observa sus
hábitos de consumo con la energía afiebrada de un boxeador obeso al que
hubieran puesto a correr los 100 metros vallas sin previo aviso.
Parte de la emoción que contiene el discurso y tan
convincentemente encarna Eastwood está en el prestigio de la caída como razón
de esa forma de venganza que es el contraataque. Es puro espíritu
estadounidense y por eso las imágenes de Pearl Harbour podrían sustituir a las
de la cadena de montaje sin que el mensaje sufriera. Y es pura lógica
publicitaria llamar a la compra del producto nacional más disponible –el
patriotismo- para contar un coche como parte de los derechos que emana la
constitución. Solo que, lo que en otros países sonaría a ficción
sobredimensionada, aquí se escucha como si fuera una verdad impagable. Y lo es,
por supuesto. Esa es la razón de que mencionar el enfrentamiento político como
parte del problema sea leído, desde el partido republicano, como una toma de
postura a favor del presidente Obama. Lo es porque el despiadado boicoteo del
partido republicano a todo lo que sea puro sentido común es visto, por la misma
ley de la metáfora deportiva, como la expresión inocente de una pasión por su
país, no producto del razonamiento sino del espasmo: la política como un
movimiento muscular lanzado a la carrera. Aparatosa, innecesaria, Ensamblada
con más orgullo que cordura, la ristra de coches-tanque que circulan por las
carreteras norteamericanas dice de la imagen que un país tiene de sí mismo algo
muy parecido a lo que dice ver estos días la vergonzante carrera, a través de
las primarias, por la candidatura republicana a la presidencia, en noviembre. Es,
finalmente, una obra maestra de ese híbrido, no tan inusual, que es la
publicidad comercial engarzada con la identidad nacional. Siendo un himno, raramente
necesita de la sutileza que contiene el eslogan final que unifica a las cuatro
grandes marcas que pagan el anuncio. Y sin embargo es perfecto. Imperialmente
construido entre solo tres palabras, contiene el problema y la solución, el
adversario y la llamada a filas.
a caries por decisión
El abundante dinero que una clínica dental se ha gastado
en empapelar la ciudad este mes es a su mensaje lo que el azúcar a los dientes.
Y como quien va al dentista a decirle exactamente qué tiene que ir haciendo en
su boca a cada momento, es transparente el proceso seguido para acabar en este
cartel: alguien, posiblemente el propio anunciante, transmite a la agencia el
mensaje –con la crisis, la gente descuida gastos que antes abordaba sin
problemas, como atender a su salud bucal. Confluir en ese “haz las paces con el
dentista” tiene, como que la imagen produzca diabetes visual, poco secreto a
partir de lo anterior. En ese momento, esa es la frase que uno leyera primero en
los bocetos. Entonces el anunciante, acaso incómodo en el sillón de dejarse intervenir,
impone que la frase secundaria –te lo ponemos fácil. Primera visita gratuita- sea
el reclamo principal. Si la agencia explica entonces que el visual deja de
tener sentido con ese nuevo mensaje principal, el anunciante habrá pensado lo
que es habitual: que una cosa es la lógica interna del anuncio y otra,
independiente, la obligación del viandante de mirar la pieza, como si la
agencia que importara aquí realmente fuera la de medios.
Aceptado esto, ya es irrelevante que el titular pueda
aplicarse a ambos –al dentista y a sus pacientes. O que ese no discreto “pide
tu cita online” vaya acompañado de una web puesta ahí para ser invisible. Y el
anunciante ha de estar encantado de que idéntica pastilla –cita online, arriba
a la derecha- no haya sido eliminada al añadir la nueva versión, abajo a la
izquierda. Junto al acto de arbitrariedad inepta que refleja, es un acto de
justicia que el anuncio de una actividad que se nutre de radiografías antes de
intervenir en sus pacientes sea tan nítida radiografía del proceso
publicitario, donde ir modificando elementos es, a ojos del anunciante,
perfectamente compatible con la noción de que éstos tienen entidad propia y su
modificación no ha de afectar al conjunto. Como asumir que un diente solo
casualmente está anclado en la mandíbula y sus terminaciones nerviosas,
azarosamente conectadas al sistema central, la ortodoncia tan sencilla que
permite un anuncio indefenso es, clásicamente, cuanto necesita el anunciante para
corroborar que nada que no se queje al ser intervenido sufre daños que merezca
la pena evaluar. El dinero necesario para mirar por rendición lo que no por
interés es pura anestesia cognitiva, pero cómo hacer entender, en medio de este
olor generalizado, que lo que exhala un mal anuncio es halitosis.
domingo, 22 de enero de 2012
rights and wrongs
Parafraseando
el guión, rick perry es gobernador de Texas desde el año 2000, pero nadie
necesita estar al mando de uno de los mayores estados del país para ver expuesta
nítidamente la catadura real, normalizada o paleolítica, de sus gestos, por
nimios que sean. La religión es uno de esos gestos ínfimos, algo que debería
permanecer en el ámbito privado de la relación entre uno y las voces que cree
oír, o las que no le importa dirigir a la nada sin pudor. Y una de las razones
por las que el felizmente excandidato ya a la nominación republicana expone la
conveniencia de esas conversaciones con la nada sin un gramo de pudor, en un anuncio,
espacio que debería hablar de cosas públicas, entendidas como tales las que
cualquier pueda ver –un colegio, un recibo de la luz, un libro- acaso esté en
que la única forma de entender su cuarto mandato ya como gobernador es pensar que
quienes le votan no le escuchan, o que la nada que éste transmite se encuentra
a medio camino con la nada que otros exhalan y así, como en religión, la convicción
política se basa en el vacío. Como parte del anuncio está financiado por
aquellos que pagan por apoyar su candidatura, lo que tenemos es el pago justo de
aquello a que puede aspirar la peor forma de hacer política: la conversión de
lo público en lo que yo veo sin necesidad de que otros lo hagan. Tiene razón perry:
votada la política con las armas con que se vota en misa, la religión, como
limitar los derechos de los homosexuales, es puro epicentro político.
lunes, 16 de enero de 2012
el general ya tiene quien le escriba
Para entender el osado hallazgo de la firma de
inversiones que paga cada tres meses este anuncio, hay que imaginarse a la
iglesia católica llamándote a misa… mediante una enérgica epístola a dios, en
la que recriminarle sus métodos, sus plazos, su silencio administrativo. Incluso
comparten paradoja: y si a dios se le recriminaría su inacción, y a ti solo tus
actos, el prolijo discurso de desastres hechos y por lograr con que se aborda a
Mario Draghi sería, una vez logrado que te sientes a hablar de tu dinero, probablemente
una descripción buenista de las oportunidades de inversión que se te ofrecen. Cortejado
sin gran éxito por gobernantes y presidentes de grandes bancos, el presidente
del BCE asoma, así, y sin ser pagado por ello, como el mejor prescriptor jamás
imaginado de un fondo de inversiones. Y Draghi no puede evitarlo. Extrañamente,
la publicidad puede a veces lo que la política no.
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