A primera vista, Asimov puso en
el texto empleado en el anuncio un obstáculo arduamente salvable para la
publicidad: al describir la diferencia entre la fiabilidad de las máquinas y la
de los seres humanos, la enunció desde un lado irrealizable en 1950: no la
abstracción de una mente hipotética, sino un robot del que tan creíble fuera el
juicio sobre nosotros como sobre él mismo. La autorreflexión que lleva a la
superioridad tiene unos usos en literatura –más si es ciencia ficción- y otros,
generalmente inabordables, si un anuncio que aspira a vender algo… se basa en
dirigir la crítica a quienes están encargados de comprarlo.
Un coche no es un robot, y el
prodigio es aquí que una marca de coches pueda apostar a que, pese al mensaje,
tampoco lo es quien asiste al anuncio. La atención entendida como engranaje
torpe o bobo está detrás de los fardos de publicidad idiota que nutre el mundo.
Por eso un mensaje que engrana la sensibilidad, la emoción, la humanidad en
nuestra fragilidad, fracaso e impotencia es un milagro antes que un anuncio. Pues
aspira a una clase de atención que nada en la programación televisiva alienta,
como si quien ve el programa y quien el anuncio que lo interrumpe fueran
personas distintas que se turnan el sofá.
Aún guarda un tesoro oculto,
invisible en el momento en que se produjo: si un texto escrito por Asimov puede
viajar décadas hasta reencarnarse en un anuncio, bien puede éste viajar algunos
años hasta poder ser leído hoy en clave de política fiscal, donde un mensaje
frío, eminentemente analítico, juzga el comportamiento emocional, desbocado e imprevisible
en un retrato en el que no cuesta reconocerse. Ningún anuncio está obligado a
perdurar. Hacerlo hasta trascender tu propio, minúsculo, formato es un logro que,
al igual que Audi llevara a su cumbre con Stendhal, es más hermoso cuanto más
desplaza el material más insospechado dentro de un anuncio: la literatura.
En su apogeo en manos de SCPF,
este anuncio llegó a ser el primero en verse en televisión nada más empezado el
primer minuto de enero. Como si fuera un nuevo año el que se dirigiera al ya
pasado, permanece como un ejemplo de lo que la publicidad hecha con
sensibilidad e inteligencia tiene que decir de quienes la manejan como si fuera
una azada.
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