Como en la vastísima línea divisoria que
separa en política lo que se debe decir de lo que el público está dispuesto a
escuchar, la tierra de nadie que en la publicidad humanitaria separa los
mensajes que se dan –drama humano generalizado- de los que más urgentemente
necesitamos oír –cómo ese drama sucede, no ante nuestra ignorancia, sino ante
nuestra indiferencia- rara vez alumbra anuncios en los que recordar a quien los
mira que el día a día es narcótico bastante para ver en el sufrimiento de
millones de personas justo otra rutina, tan previsible y familiar que puede ser
contemplada, y comparada, con esos capítulos infinitos de las series que tantos
se afanan por ver. Un mundo preocupado, no por cómo acaba una historia, sino
por cómo continúa, reencarnada, en una temporada más, merece el valiente y
brillante símil que viene para llamarnos exactamente lo que somos.
martes, 21 de marzo de 2017
viernes, 17 de marzo de 2017
el cuarto poder de no entenderlo
Quizá porque un teléfono móvil ha evolucionado hasta convertirse en la máquina de interrumpir el mundo, de insertarse groseramente en conversaciones o impedir una atención mínima, parece natural ignorar la cualidad primera de la publicidad –darse por sorpresa, interrumpir con inteligencia, humor o al menos sentido- y apostar por el rasgo opuesto: aburrir, suplantar la atención primera y más básica –la de quien reconoce la cabecera que compra. Hacerlo simulando ser el mismo cuadrante de información que ofrece el medio a diario –todo un hallazgo de cara a la sorpresa, han de pensar- es una doble apuesta por pedir la irritación de quien, comprando a contracorriente prensa impresa, espera que su periódico sea mejor, menos pueril, que lo que un teléfono oferta a diario vía redes sociales. Apelar a una sorpresa tan mal entendida sugiere no entender ni los mecanismos de la publicidad ni los del periodismo que interrumpe. En el supuesto de que desde un fabricante de esa tecnología distingan una y otro.
domingo, 5 de marzo de 2017
¿falta mucho?
A salvo del
rechazo o la incomodidad de ser tan visible product placement como lo sea un
coche o una bebida, un reloj se cuela en un plan de rodaje con la naturalidad
con la que su precio se cuela exclusivamente en el plan de compra de quienes
ganan mucho dinero al protagonizar películas de éxito. Más peculiar es que,
para anunciar el patrocinio de un premio, se sirva de películas –abismo, la
saga closeau, speed- que no lo ganaron ni estuvieron remotamente cerca de optar
a él, y que tanto dicen del arte de hacer cine como una salchicha lo hace de la
buena cocina. Sería más sencillo contar que nunca se mira más el reloj que
cuando la película te aburre.
sábado, 4 de marzo de 2017
I can fly
La creación de
necesidades, voluntad explícita de la publicidad, se muestra, paradójicamente
tímida, a la hora de adjudicar parte humana a los productos de los que se sirve
para cambiarnos. Por eso encarnar en un servicio una cualidad humana es un
logro aquí doble: primero, al elegir la capacidad de sorprender se omite la más
previsible, en tanto que ligada al producto: lo que quiera que sea Twyp Cash. Segundo,
renunciar a contarlo para ampararse en una novedad más genérica, al límite de
lo irrelevante, permite una apuesta más valiosa, que se aprecia mejor en el
spot, en el que un hombre, preguntado porqué ama a su mujer, responde leyendo a
un poeta que dice no perdonar a la mujer que no le haga volar. Si de algún
sector se espera poco o nada es de la banca. Que la mención a sorprenderte pase,
sin mucha más ayuda, todos los filtros de prevención bien ganada en el sector
bancario es un triunfo de la confianza en uno mismo, y también de la libertad
con la que sra. Rushmore anima a volar a las marcas con que trabaja.
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