Como en la vastísima línea divisoria que
separa en política lo que se debe decir de lo que el público está dispuesto a
escuchar, la tierra de nadie que en la publicidad humanitaria separa los
mensajes que se dan –drama humano generalizado- de los que más urgentemente
necesitamos oír –cómo ese drama sucede, no ante nuestra ignorancia, sino ante
nuestra indiferencia- rara vez alumbra anuncios en los que recordar a quien los
mira que el día a día es narcótico bastante para ver en el sufrimiento de
millones de personas justo otra rutina, tan previsible y familiar que puede ser
contemplada, y comparada, con esos capítulos infinitos de las series que tantos
se afanan por ver. Un mundo preocupado, no por cómo acaba una historia, sino
por cómo continúa, reencarnada, en una temporada más, merece el valiente y
brillante símil que viene para llamarnos exactamente lo que somos.
martes, 21 de marzo de 2017
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