A vueltas permanentemente con lo azaroso de la fortuna, la once, que
desaprovecha poder decir que la suerte es ciega, redunda en formas que se
confunden con los de la lotería nacional y su último hallazgo es singular: para
decir enésimamente que la suerte no necesita méritos, se emplea de vehículo a
quien es perfecta demostración de que la vida real tampoco se distingue por su
escrúpulo en premiar sin mirar. Volcada la eficacia del anuncio en la
idiotizada fama de quien aparece, el patetismo asimilado como normalidad de la
imagen pública afianza otro mensaje igual de nítido: junto al de que da igual
cuánto merezcas la fortuna, el de que da igual que no lo merezcas. La suerte ni
siquiera te mira cuando te recompensa.
domingo, 2 de abril de 2017
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