domingo, 2 de abril de 2017

En el país de los ciegos




A vueltas permanentemente con lo azaroso de la fortuna, la once, que desaprovecha poder decir que la suerte es ciega, redunda en formas que se confunden con los de la lotería nacional y su último hallazgo es singular: para decir enésimamente que la suerte no necesita méritos, se emplea de vehículo a quien es perfecta demostración de que la vida real tampoco se distingue por su escrúpulo en premiar sin mirar. Volcada la eficacia del anuncio en la idiotizada fama de quien aparece, el patetismo asimilado como normalidad de la imagen pública afianza otro mensaje igual de nítido: junto al de que da igual cuánto merezcas la fortuna, el de que da igual que no lo merezcas. La suerte ni siquiera te mira cuando te recompensa.

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