miércoles, 18 de octubre de 2017

fondos para la cura de la sífilis


En un sistema político en el que los miembros del partido republicano consideran más sacrificable la decencia más elemental o las consecuencias de la estupidez y la arrogancia emitidas desde el puesto de trabajo más peligroso del planeta, que la posibilidad de preferir un candidato de la competencia, el que un empresario de la industria pornográfica ofrezca una recompensa por comprar la destitución del presidente del país es una audacia, una reinvención de la mera idea de prueba judicial, que esa sociedad ya no está preparada para valorar en lo que significa.
El eco, leído por ese mismo partido como mero exhibicionismo del hartazgo, de lo que es una brillante idea pagada con fondos reprobables ni siquiera se distingue ya del formato idéntico que ha llevado a la presidencia del país a un ser incapaz de una idea que no sea ideológicamente pornográfica. Incluso en el caso, más que deseado, de que la información sobre trump llegue a tiempo, lo que pretende mostrar del pueblo que le eligiera llega tarde: si es expulsado, éste clamara que quien es destituido es el pueblo americano y esa aberración de la inteligencia social obtendrá la misma validación que el resto de propuestas aulladas durante la campaña electoral y refrendadas a diario desde entonces.
Su triunfo es doble porque la apuesta de Larry Flint es una que muchos asociarán inmediata y exclusivamente a la provocación ligada al sector en que trabaja. Y quienes podrían enarbolar ruego similar –The New York Times, The Washington Post- nunca lo harían porque la gente educada que los lee sí aprecia el valor de las formas en la negociación del mundo.
Si hay una ventaja evolutiva de los embrutecidos seguidores de trump es la falta de importancia del escrúpulo, el saber que los que asisten asqueados al derrame de estupidez que aquel irradia en cada palabra arduamente serían capaces de llegar, en defensa propia, a la mitad del odio, la mezquindad y la mentira que éste, y en general el partido republicano, hace mucho adoptó como forma de vida perfectamente mimetizada con los requisitos de inteligencia y moral de quienes les votan.
La tristeza ante la perspectiva de cientos de millones de personas empeñadas en reivindicar la calaña impune de alguien como trump tras los ocho años de una inteligencia como la de Obama es inabarcable, y crece con cada frase miserable pronunciada desde el partido republicano, no ante las razones que exhibe el anuncio, sino ante la recompensa, esa bombilla grosera que lo ilumina, pese a que el anuncio se preocupa, y mucho, de argumentar muy detalladamente porqué la obscena necesidad de expulsar a trump de la casa blanca es en realidad la muy pulcra necesidad urgente de poner freno a sus atroces decisiones en contra de toda visión lúcida, sensata y sensible del mundo.
Que el dinero de la masturbación pague el antídoto del onanismo político más obsceno que jamás veremos es, eso sí, un horizonte suculento a la altura exacta de los métodos de aquel contra el que se dirige.  

martes, 17 de octubre de 2017

amichi para siempre


Asombroso como sea hallar a una marca posicionarse públicamente sobre un asunto político, pasma hallar dos el mismo día en el mismo periódico: y donde una es pura ambigüedad –para qué entonces, podría pensarse- esta es nítidamente expresiva, y lo es desde un lugar que poco se aprovecha: el mensaje de apoyo a las fuerzas de seguridad del estado –que quizá esconde torpemente un más claro apoyo, si bien más avergonzado, al gobierno que las comanda- tiene por núcleo lo que la primera frase del texto cita como si no supiese que lo es: un catalán fundó la empresa que hoy está presente en toda España y donde dudosamente alguno de los dos lados pierde algo en ello: ni es menos catalán quien lo fundara ni es menos español quien compra en sus tiendas. Hay una segunda idea y también podría ser más clara porque merece serlo: la penúltima línea agradece “defender nuestros derechos y libertades” y con ello no refiere a los ciudadanos sino a quienes trabajan en esa empresa, privados del derecho de posicionarse como contrarios a la ilegalidad que plantea el referéndum recién celebrado sin que el gobierno catalán no cargue contra ellos su sentido de estado, tan ecuánime, justo y dotado de sentido como toda declaración que emana. “Evitar que nos hagan daño” habla del único agresor que tiene hoy un ciudadano que vive en esa comunidad autónoma: el propio gobierno, para el que un fascista es todo aquel para el que la ley es la misma sea cual sea el partido que le gobierna.

lunes, 16 de octubre de 2017

y mañana hablaremos de chorizos


Los ultimátum en política duran menos en el mundo que el fiambre en la nevera, asi que  recordamos que este anuncio fue publicado diez días después de que el gobierno catalán declarara, o amagara con declarar, la independencia tras un referéndum ilegal o su intento. Firma el anuncio una marca de charcutería y su eslogan podría haberlo firmado el gobierno catalán, que hace lo que hace para que nada ni nadie –mucho menos la ley- les quite su manera de disfrutar de la política. Que la estrategia de una marca que viene apostando por el humor –el bueno y el mediocre- responda al malestar de estos días con una llamada a la seriedad es un chiste más en tiempos en que la seriedad en política es ubicuamente apenas una ocurrencia tras otra, a cual con menos gracia. Y la idea que hay tras el anuncio sería aún mejor si su equidistancia respecto a la mediocridad de quien vulnera la ley y la de quien no la defiende con la sabiduría suficiente fuera o más clara o mejor expresada: declararse “dependientes de la libertad de la expresión sin miedo a fracturar una amistad, una familia o una comunidad de vecinos” es un jeroglífico sin sentido, y peor aún, algo que queriendo expresar al limbo en el que aspira a posarse el anuncio, suena a la bruma desde el que el gobierno catalán interpreta la libertad de expresión: esa que esconde un muro a cada metro. Decir que la convivencia, la ley y la verdad sobre derechos y deberes no es una broma habría sido más claro que este chiste que menos se entiende cuanto más se cuenta.