La
experiencia del usuario, en tanto que meramente utilitarista donde el marketing
imagina reveladora, corroe las posibilidades de sorprender mientras se refugia
en banalidades o bobadas mil veces vistas y sabidas. Ocurre en publicidad de
coches, de banca, de detergentes y, hasta que uno ve este anuncio, de tomate kétchup
al servicio de la peor comida posible. Solo que dudosamente esa es la
percepción de quien dispone y aprueba la comunicación de la marca que les da de
comer y vende millones de litros en todo el mundo. Y sin embargo, que decenas
de perros a la carrera sirvan para contar cuán la comida basura y el tomate
basura están hechos el uno para el otro –y un perro no desmerece la calidad
cárnica del producto homónimo- es un triunfo de la honradez estratégica frente
a la irreal aspiración a ser algo distinto de lo que eres. La lección es que no
necesitas ser gran cosa ahí fuera para contarlo con gracia. Y que justo eso –asumir
lo que eres- podría ser tan valioso como tratar de no contar enfática y
bobamente lo que no eres.
sábado, 5 de marzo de 2016
viernes, 4 de marzo de 2016
some like it dafoe
En
un país en el que la expresión de la política más zafia halla, no solo
audiencias masivas, sino un espacio confortable en que manejarse, basado en la
proximidad con el llamado hombre común, la forma en que la fama es empleada
eventualmente, en publicidad, contradice la ley del mínimo esfuerzo que rige el
pensamiento estratégico con el que las marcas tratan de seducir a quien la mira
a base de aburrirnos. Así, en vez de descender al nivel que la atención media
haría sospechar, a veces un famoso es puesto al servicio de una idea cuya
sutileza sería considerada un desperdicio en nuestro país, pudiendo poner al
famoso que corresponda a decir sus líneas como si un anuncio solo mereciera ser
visto si parece un anuncio, y se sabe cómo acaba, a un km. de distancia. Dos
prodigios concurren en estos treinta segundos de gran publicidad: disponer de
los derechos de imagen de Monroe y de la película en que sucede la escena, y
más asombroso aún, apostar la cualidad de la idea a algo que sucede en veintisiete
de esos segundos, sin que ella aparezca. Porque no necesitas a Dafoe, y lo que
cuesta tenerle, para ese papel. Pero es justo su presencia magnífica lo que
alumbra el dispositivo. Es un triunfo del matiz, del detalle. Justo lo último
que la audiencia televisiva ofrece en su apetito de calorías mediocres.
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