sábado, 5 de marzo de 2016

perra vida



La experiencia del usuario, en tanto que meramente utilitarista donde el marketing imagina reveladora, corroe las posibilidades de sorprender mientras se refugia en banalidades o bobadas mil veces vistas y sabidas. Ocurre en publicidad de coches, de banca, de detergentes y, hasta que uno ve este anuncio, de tomate kétchup al servicio de la peor comida posible. Solo que dudosamente esa es la percepción de quien dispone y aprueba la comunicación de la marca que les da de comer y vende millones de litros en todo el mundo. Y sin embargo, que decenas de perros a la carrera sirvan para contar cuán la comida basura y el tomate basura están hechos el uno para el otro –y un perro no desmerece la calidad cárnica del producto homónimo- es un triunfo de la honradez estratégica frente a la irreal aspiración a ser algo distinto de lo que eres. La lección es que no necesitas ser gran cosa ahí fuera para contarlo con gracia. Y que justo eso –asumir lo que eres- podría ser tan valioso como tratar de no contar enfática y bobamente lo que no eres.

viernes, 4 de marzo de 2016

some like it dafoe




En un país en el que la expresión de la política más zafia halla, no solo audiencias masivas, sino un espacio confortable en que manejarse, basado en la proximidad con el llamado hombre común, la forma en que la fama es empleada eventualmente, en publicidad, contradice la ley del mínimo esfuerzo que rige el pensamiento estratégico con el que las marcas tratan de seducir a quien la mira a base de aburrirnos. Así, en vez de descender al nivel que la atención media haría sospechar, a veces un famoso es puesto al servicio de una idea cuya sutileza sería considerada un desperdicio en nuestro país, pudiendo poner al famoso que corresponda a decir sus líneas como si un anuncio solo mereciera ser visto si parece un anuncio, y se sabe cómo acaba, a un km. de distancia. Dos prodigios concurren en estos treinta segundos de gran publicidad: disponer de los derechos de imagen de Monroe y de la película en que sucede la escena, y más asombroso aún, apostar la cualidad de la idea a algo que sucede en veintisiete de esos segundos, sin que ella aparezca. Porque no necesitas a Dafoe, y lo que cuesta tenerle, para ese papel. Pero es justo su presencia magnífica lo que alumbra el dispositivo. Es un triunfo del matiz, del detalle. Justo lo último que la audiencia televisiva ofrece en su apetito de calorías mediocres.