viernes, 4 de marzo de 2016

some like it dafoe




En un país en el que la expresión de la política más zafia halla, no solo audiencias masivas, sino un espacio confortable en que manejarse, basado en la proximidad con el llamado hombre común, la forma en que la fama es empleada eventualmente, en publicidad, contradice la ley del mínimo esfuerzo que rige el pensamiento estratégico con el que las marcas tratan de seducir a quien la mira a base de aburrirnos. Así, en vez de descender al nivel que la atención media haría sospechar, a veces un famoso es puesto al servicio de una idea cuya sutileza sería considerada un desperdicio en nuestro país, pudiendo poner al famoso que corresponda a decir sus líneas como si un anuncio solo mereciera ser visto si parece un anuncio, y se sabe cómo acaba, a un km. de distancia. Dos prodigios concurren en estos treinta segundos de gran publicidad: disponer de los derechos de imagen de Monroe y de la película en que sucede la escena, y más asombroso aún, apostar la cualidad de la idea a algo que sucede en veintisiete de esos segundos, sin que ella aparezca. Porque no necesitas a Dafoe, y lo que cuesta tenerle, para ese papel. Pero es justo su presencia magnífica lo que alumbra el dispositivo. Es un triunfo del matiz, del detalle. Justo lo último que la audiencia televisiva ofrece en su apetito de calorías mediocres.

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