Por cada anuncio de Audi, esa pregunta: si el chasis de la publicidad magnífica requiere de un producto igualmente magnífico dentro de ella. Desoladora, impotente, la respuesta es no. El que Audi no necesite plantearse estas cuestiones quizá explique el asombro con el que, desde fuera, se asiste a las que sí se abordan. Una, la más obvia, es ir cómo ir por delante en diseño. Otra, más interesante, que eso suponga hacer los coches… más feos de su tiempo. O al menos los más incomprendidos. Cierto que según qué apuestas contra uno mismo son más fáciles de lanzar si la superioridad del producto presente permiten contar el fiasco pasado como una anécdota. Pero su apuesta va más allá. Y la explicación última de su concepción de la publicidad pudiera estar, no en la parte final del anuncio, sino extrañamente en la primera: ahí donde su reacción ante la acogida popular es seguir haciendo lo que creen correcto. Qué parte de su política permanente de recurrir a la inteligencia del consumidor en publicidad no será, vista la sensatez con que nos manejamos, el mismo acuerdo secreto con uno mismo.
jueves, 7 de junio de 2012
el cisne automático
Por cada anuncio de Audi, esa pregunta: si el chasis de la publicidad magnífica requiere de un producto igualmente magnífico dentro de ella. Desoladora, impotente, la respuesta es no. El que Audi no necesite plantearse estas cuestiones quizá explique el asombro con el que, desde fuera, se asiste a las que sí se abordan. Una, la más obvia, es ir cómo ir por delante en diseño. Otra, más interesante, que eso suponga hacer los coches… más feos de su tiempo. O al menos los más incomprendidos. Cierto que según qué apuestas contra uno mismo son más fáciles de lanzar si la superioridad del producto presente permiten contar el fiasco pasado como una anécdota. Pero su apuesta va más allá. Y la explicación última de su concepción de la publicidad pudiera estar, no en la parte final del anuncio, sino extrañamente en la primera: ahí donde su reacción ante la acogida popular es seguir haciendo lo que creen correcto. Qué parte de su política permanente de recurrir a la inteligencia del consumidor en publicidad no será, vista la sensatez con que nos manejamos, el mismo acuerdo secreto con uno mismo.
domingo, 3 de junio de 2012
una de tres
Si es difícil saber si la intensidad expresiva de lo argentino engendra
la radicalidad de sus posturas o si éstas produjeron lo anterior, su publicidad
ha hecho fortuna explotando la duda. Como un espejo de esa distancia flexible,
el estereotipo de género y la realidad pueden hallarse lejos y no tanto. Si la
carrera de unos y otros desde lo más profundo de su ser a su otro centro es
creíble es porque… describe fielmente la realidad al tiempo que la parodia. Si
necesitábamos poca ayuda, la inseguridad, la precariedad general es un poderoso
impulso para animarnos a fundar categorías en las que sentirnos si no a salvo,
al menos ubicados. Es por eso que, en grupo, un hombre es fácilmente todos los
hombres y una mujer, todas las mujeres. Es un juego. Y como adultos no nos
quedan tantos como para negarnos a jugarlo. Más hondamente, el anuncio sugiere
esa otra verdad: no por llegar a una meta uno deja de estar también,
simultáneamente, en el punto del que partió. “El novio de mi amiga le regala flores –dice el portavoz de los
hombres- el novio de mi amiga la lleva al
teatro. ¿Está aquí el novio de esa amiga?.” Por supuesto que está. Dadas
las circunstancias, eres tú.
antes de que cante el gallo
No es fácil ser un banco hoy. La
primera evidencia es ver el dinero invertido en negar que lo son. Los anuncios
de Banesto se imprimen estos días en el reverso de las hojas del periódico que
cuentan las noticias sobre la catastrófica situación financiera de Bankia. Comprimes
la hemeroteca en veinte años y ambos son la misma crisis. En 1993 Banesto fue
intervenida por el estado ante un agujero patrimonial de más de 3.600 millones
de euros. Sobrevivió adjudicada al banco Santander. Es básicamente lo mismo. Pero
a qué comprimir la memoria si en dirección contraria expandes la cuenta de
resultados: las ordenes en cualquier sucursal del Santander son hoy responder a
cuanto cliente asustado pregunte por la seguridad de sus ahorros que Bankia va
a quebrar. O es improbable, como poco, o es directamente falso. En ambos casos,
un anuncio de otro banco no tiene que esforzarse mucho en presentarse como la
panacea, dado el miedo generalizado. Es decir, dado el desconocimiento
generalizado.
Nadie querría ser cliente de un
banco. Si lo somos es porque no tenemos opción. Pero eso no incluye entender su
funcionamiento. No es recíproco porque no es necesario ser muy listo, ni muy
director de banco, para entender lo que un cliente necesita cuando acepta
estampar su firma en un contrato bancario, sea una cuenta corriente o un
crédito hipotecario. Y como cualquiera que haya pedido algo a un banco sabe, nada
de lo que necesitas pasa por ser entendido, sino meramente evaluado. Por eso lo
que un banco te pide es una nómina, un aval, no una carta de tus padres o una
recomendación de tu círculo de amigos. Un banco no necesita entenderte, no está
aquí para eso. Y es iluso pensarlo. Entender al banco es mucho más fácil. Y aún
así la gente sigue entrando en ellos cada día.
Llamar a eso “confianza” es una
error pulido a conciencia. Qué es esta crisis sino la inexplicable e infinita toma
de decisiones erróneas, por ignorancia o temeridad en quien las pedía, por
ineptitud o avaricia denunciable en quien las concedía. Es natural que pedir el
dinero que huye de un banco en problemas sea, al mismo tiempo, legítimo e
inmoral. Es eso lo que, sin necesidad de anuncios, se entiende perfectamente. Por
eso el segundo solo puede ser
impreso en las páginas de nacional y no en las de economía. De hecho, el
funcionamiento del negocio bancario solo se entiende en este país leyendo al
revés ese titular: ya sea estafando a pensionistas indefensos mediante acciones
preferentes o tomando decisiones de inversión temerarias o ineptas, un banco
solo distingue entre dos tipos de propietarios de su dinero: su consejo de
administración y los accionistas. “Cliente” es lo que, en el antiguo Egipto o
en las plantaciones americanas de los siglos XVII y XVIII, se entendía por
aquellos que construían pirámides o recolectaban algodón.
sábado, 2 de junio de 2012
preferiría ignorar lo que ignoráis
A primera vista, Asimov puso en
el texto empleado en el anuncio un obstáculo arduamente salvable para la
publicidad: al describir la diferencia entre la fiabilidad de las máquinas y la
de los seres humanos, la enunció desde un lado irrealizable en 1950: no la
abstracción de una mente hipotética, sino un robot del que tan creíble fuera el
juicio sobre nosotros como sobre él mismo. La autorreflexión que lleva a la
superioridad tiene unos usos en literatura –más si es ciencia ficción- y otros,
generalmente inabordables, si un anuncio que aspira a vender algo… se basa en
dirigir la crítica a quienes están encargados de comprarlo.
Un coche no es un robot, y el
prodigio es aquí que una marca de coches pueda apostar a que, pese al mensaje,
tampoco lo es quien asiste al anuncio. La atención entendida como engranaje
torpe o bobo está detrás de los fardos de publicidad idiota que nutre el mundo.
Por eso un mensaje que engrana la sensibilidad, la emoción, la humanidad en
nuestra fragilidad, fracaso e impotencia es un milagro antes que un anuncio. Pues
aspira a una clase de atención que nada en la programación televisiva alienta,
como si quien ve el programa y quien el anuncio que lo interrumpe fueran
personas distintas que se turnan el sofá.
Aún guarda un tesoro oculto,
invisible en el momento en que se produjo: si un texto escrito por Asimov puede
viajar décadas hasta reencarnarse en un anuncio, bien puede éste viajar algunos
años hasta poder ser leído hoy en clave de política fiscal, donde un mensaje
frío, eminentemente analítico, juzga el comportamiento emocional, desbocado e imprevisible
en un retrato en el que no cuesta reconocerse. Ningún anuncio está obligado a
perdurar. Hacerlo hasta trascender tu propio, minúsculo, formato es un logro que,
al igual que Audi llevara a su cumbre con Stendhal, es más hermoso cuanto más
desplaza el material más insospechado dentro de un anuncio: la literatura.
En su apogeo en manos de SCPF,
este anuncio llegó a ser el primero en verse en televisión nada más empezado el
primer minuto de enero. Como si fuera un nuevo año el que se dirigiera al ya
pasado, permanece como un ejemplo de lo que la publicidad hecha con
sensibilidad e inteligencia tiene que decir de quienes la manejan como si fuera
una azada.
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