El patetismo con el que la publicidad parece haberse
puesto de acuerdo con sus espejos al sustituir su voz real –la de quien, pura y
llanamente, aspira a dar algo que merezca la pena a cambio de tu dinero- por
portavoces, explícitamente falsos -pagados para decir esa “verdad”-, llena las
mañanas y mediodías televisivas de anuncios encarnados en señoras que pregonan,
en una revelación interminable, las virtudes de un aerosol o un lavavajillas,
con la credibilidad que tendría un alienígena hablando de las playas de Torremolinos.
Hijo de esa costumbre es encarnar en casos reales lo que una compañía puede
hacer por otra, los periódicos imprimen estos días el mensaje de fiabilidad presunta,
o posible, de una volcado a través de los ojos reales de otra. No siempre
ocurre, pero es inevitable ver en algunos de los casos la simulación de esa
realidad –a alguien tratarán bien dado cómo me tratan a mí.
martes, 1 de mayo de 2012
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