Como sucede en tantas áreas, pocas cosas le son más
arduas a la publicidad que decir la verdad a quien no quiere escucharla. La publicidad
institucional vive instalada en ese páramo sin señales ni caminos, como algo
que fingiendo querer moverse, en realidad no desea siquiera ser visto. Millones
de euros son tirados a la basura cada año en campañas que en vez de perseguir
un objetivo con la contundencia necesaria, se conforman con decir el tema en la
certeza de si algo es evitable es el silencio. Así, el carraspeo sustituye a
las ideas, la invisibilidad a la presencia pública. La discreción a la urgencia
en abordar un tema. Es el modus operandi de la política y en eso es su reflejo
exacto. Asi que, incluso sabiéndolo hijo de un gobierno no habitual en nuestra
ciudad, asombra hallar desde hace un tiempo mensajes en las marquesinas que se
acercan, al menos, a llamar a las cosas por su nombre. Siempre es complicado
decir en alto que el responsable del estado del mundo no es un partido, un
gobierno, un idioma o una moneda, sino uno mismo, que todo empieza y acaba en
la forma en que uno se conduce en público. Quizá en una época en la que exigir
sacrificios es ya un automatismo, exigir responsabilidades pueda también pasar
del lado global al individual sin mayor, ni más merecida, ofensa.
sábado, 23 de enero de 2016
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