viernes, 25 de abril de 2014

Para cuando despertemos



Un muro genera otros y a veces, un prodigio, también. El titular del anuncio arriba presentado es un guiño a un microcuento escrito por Augusto Monterroso hace décadas. Ni él, ni su mujer, Bárbara Jacobs, están entre lo más vendido del catálogo de Alfaguara, aunque ella compilara hace años una espléndida Antología del cuento triste y él figure adscrito al ciclón literario que llegó de Hispanoamérica en los 60. Pocos conocen ese microcuento y menos aún a su autor. Y sin embargo ambos son capaces de viajar hasta reencarnarse en ese otro dinosaurio frecuente –el anuncio de un banco. Ahí surge el segundo prodigio: un responsable de marketing, como cualquier otra persona, no tiene por qué asumir que su gusto, su saber, su cultura, sus fobias son suficientemente representativas del común popular. De las dos opciones –que conozca el microcuento o que no lo conozca- la interesante es la segunda, pues para aprobarlo se necesita algo que no abunda: entender que quien tiene el poder de decidir sobre la comunicación de una marca es solo un intermediario, que la agencia trabaja para que el anuncio sea visto, es decir, para quien no tiene el menor deseo de prestarle atención. No existe estadística capaz de afirmar el grado real de conocimiento de la frase que Monterroso inmortalizara, pero negarlo solo porque uno no lee o porque haber oído el cuento sea presuntamente propio de un sector minoritario de la población son formas de estrechar esa red que aparece dibujada, y cuyo enhebrado es, clásicamente, un ejemplo más de la habilidad pasmosa, por improbable, de SCPF por insertar en la publicidad partes del mundo que la mayoría desprecia. A Nabokov le habría gustado el anuncio. 

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