Un
muro genera otros y a veces, un prodigio, también. El titular del anuncio
arriba presentado es un guiño a un microcuento escrito por Augusto Monterroso
hace décadas. Ni él, ni su mujer, Bárbara Jacobs, están entre lo más vendido
del catálogo de Alfaguara, aunque ella compilara hace años una espléndida
Antología del cuento triste y él figure adscrito al ciclón literario que llegó
de Hispanoamérica en los 60. Pocos conocen ese microcuento y menos aún a su
autor. Y sin embargo ambos son capaces de viajar hasta reencarnarse en ese otro
dinosaurio frecuente –el anuncio de un banco. Ahí surge el segundo prodigio: un
responsable de marketing, como cualquier otra persona, no tiene por qué asumir
que su gusto, su saber, su cultura, sus fobias son suficientemente representativas
del común popular. De las dos opciones –que conozca el microcuento o que no lo
conozca- la interesante es la segunda, pues para aprobarlo se necesita algo que
no abunda: entender que quien tiene el poder de decidir sobre la comunicación de
una marca es solo un intermediario, que la agencia trabaja para que el anuncio
sea visto, es decir, para quien no tiene el menor deseo de prestarle atención. No
existe estadística capaz de afirmar el grado real de conocimiento de la frase
que Monterroso inmortalizara, pero negarlo solo porque uno no lee o porque haber
oído el cuento sea presuntamente propio de un sector minoritario de la población
son formas de estrechar esa red que aparece dibujada, y cuyo enhebrado es, clásicamente,
un ejemplo más de la habilidad pasmosa, por improbable, de SCPF por insertar en
la publicidad partes del mundo que la mayoría desprecia. A Nabokov le habría
gustado el anuncio.
viernes, 25 de abril de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario