martes, 8 de abril de 2014

Manecillas de Benjamin Button




Al adaptar a cine el relato de Scott Fitzgerald sobre un hombre que rejuvenecía a medida que su vida transcurría, David Fincher suprimió una parte turbadora que aquel ubicó en su historia –el recién nacido con los rasgos de un anciano, posee ya la inteligencia y la impaciencia de quien ha vivido mucho. Quizá para compensar,  el guión de Eric Roth añadió al principio un poderoso mecanismo simbólico que compensara la pérdida, en ese relojero ciego que fabrica un reloj para una gran estación de tren, esperado con expectación, y que al ser inaugurado, funciona perfectamente, pero hacia atrás, para honrar el deseo de que a quienes murieron en la primera gran guerra –su hijo entre ellos- pudiera devolvérseles el tiempo que ya no tendrán. Entre tantos engranajes sociales que, en la vida real, sirven para ralentizar o atrasar el tiempo que vivimos, o para anunciar tiempos que no tienen forma de llegar, un mecanismo que no toma partido por el futuro o por el pasado es un lujo extraño. 

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