Al adaptar a cine el relato de Scott Fitzgerald sobre un hombre
que rejuvenecía a medida que su vida transcurría, David Fincher suprimió una
parte turbadora que aquel ubicó en su historia –el recién nacido con los rasgos
de un anciano, posee ya la inteligencia y la impaciencia de quien ha vivido mucho.
Quizá para compensar, el guión de
Eric Roth añadió al principio un poderoso mecanismo simbólico que compensara la
pérdida, en ese relojero ciego que fabrica un reloj para una gran estación de
tren, esperado con expectación, y que al ser inaugurado, funciona perfectamente,
pero hacia atrás, para honrar el deseo de que a quienes murieron en la primera
gran guerra –su hijo entre ellos- pudiera devolvérseles el tiempo que ya no
tendrán. Entre tantos engranajes sociales que, en la vida real, sirven para
ralentizar o atrasar el tiempo que vivimos, o para anunciar tiempos que no tienen forma de llegar, un mecanismo que no toma partido por
el futuro o por el pasado es un lujo extraño.
martes, 8 de abril de 2014
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