Casi tanto como esperar ver a una multinacional
acceder a pagar sus impuestos, dar un paso atrás en la relación del mundo con
los prodigios ligados a sus productos es una rareza publicitaria en general, y
más asombrosa en sectores –detergentes o productos de belleza- que viven clásica
y mayoritariamente de tomar por idiotas a quienes miran sus anuncios sin que
eso parezca afectar a su cuenta de resultados. Nadie que no ensucie su ropa
compra un detergente y nadie que no se sienta a disgusto con alguna parte de su
cuerpo compra un producto de belleza, pero mientras lo primero es cada vez una
lección normalizada dentro de la publicidad de quienes venden limpieza, lo
segundo sigue siendo un tabú al que engorda todo, desde la talla imposible de
quienes la lucen en los anuncios, a las promesas ilusorias refugiadas en listas
interminables de proteínas que aspiran a hacer por el sector lo que los botones
del mando de distancia luchan por contar del aparato al que sirven. Por eso la
campaña de Dove, que incluye más videos y no peor hilvanados que éste espléndido,
es un extraordinario ejercicio… de sentido común al servicio del uso realista
de una crema. Y un inusual acto de autoestima de la publicidad del sector.
martes, 25 de noviembre de 2014
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