martes, 25 de noviembre de 2014

retrato de un cisne




Casi tanto como esperar ver a una multinacional acceder a pagar sus impuestos, dar un paso atrás en la relación del mundo con los prodigios ligados a sus productos es una rareza publicitaria en general, y más asombrosa en sectores –detergentes o productos de belleza- que viven clásica y mayoritariamente de tomar por idiotas a quienes miran sus anuncios sin que eso parezca afectar a su cuenta de resultados. Nadie que no ensucie su ropa compra un detergente y nadie que no se sienta a disgusto con alguna parte de su cuerpo compra un producto de belleza, pero mientras lo primero es cada vez una lección normalizada dentro de la publicidad de quienes venden limpieza, lo segundo sigue siendo un tabú al que engorda todo, desde la talla imposible de quienes la lucen en los anuncios, a las promesas ilusorias refugiadas en listas interminables de proteínas que aspiran a hacer por el sector lo que los botones del mando de distancia luchan por contar del aparato al que sirven. Por eso la campaña de Dove, que incluye más videos y no peor hilvanados que éste espléndido, es un extraordinario ejercicio… de sentido común al servicio del uso realista de una crema. Y un inusual acto de autoestima de la publicidad del sector. 

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