Bucear en el supermercado
de la ideología del siglo XX es tan rentable para la industria editorial como
infrecuente desde la publicitaria. Que ambas –la idoneidad para un arqueólogo y
la peste para el de al lado- coincidan en el folleto de un supermercado
cultural es una curiosa forma de animar a lo primero –leer- a través de la
iconografía de lo segundo, que, entre otros crímenes contra la humanidad, prohibió
los libros y en su lugar puso en las manos de sus súbditos esclavizados un
mismo volumen de tapas rojas y aspiración bíblica. Ha de compensar exhibir lo
que en su día fue una perversión propagandística para pervertir a tu favor lo
que esas caras falsamente sonrientes significan en la historia de la atrocidad
universal, y si ha de haber pocas formas más sutiles de compensar el daño que emplearlas
para fomentar la venta de libros, es dudoso que tan fina interpretación esté en
la cabeza de quienes aprueban la campaña. Hay una oportunidad de averiguarlo, y
ésta discurre por el camino previsible: “Tenemos
el otoño encima y es hora de trabajar… trabajaremos codo a codo, como chinos. Nada de pesadillas, nada de soñar tonterías y
cosas raras: los libros están llenos de buenas ideas para soñar… trata de no
dedicar tus horas libres a ponerte frente a cualquier pantallita… mejor que no
te vengan con cuentos chinos” –dice el texto, impreso a la
vuelta de la portada. Y qué oportunidad perdida de emplear las tarjetas opacas a
sueldo de una caja de ahorros que invertir en libros al mismo tiempo que se
honra la modificación de la ley de justicia universal, amputada por el gobierno
ante las presiones chinas tras haber sido llamado a detención su anterior líder Yiang Zemin por genocidio
en Tibet.
martes, 14 de octubre de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario