martes, 14 de octubre de 2014

revolución contra cultura



Bucear en el supermercado de la ideología del siglo XX es tan rentable para la industria editorial como infrecuente desde la publicitaria. Que ambas –la idoneidad para un arqueólogo y la peste para el de al lado- coincidan en el folleto de un supermercado cultural es una curiosa forma de animar a lo primero –leer- a través de la iconografía de lo segundo, que, entre otros crímenes contra la humanidad, prohibió los libros y en su lugar puso en las manos de sus súbditos esclavizados un mismo volumen de tapas rojas y aspiración bíblica. Ha de compensar exhibir lo que en su día fue una perversión propagandística para pervertir a tu favor lo que esas caras falsamente sonrientes significan en la historia de la atrocidad universal, y si ha de haber pocas formas más sutiles de compensar el daño que emplearlas para fomentar la venta de libros, es dudoso que tan fina interpretación esté en la cabeza de quienes aprueban la campaña. Hay una oportunidad de averiguarlo, y ésta discurre por el camino previsible: “Tenemos el otoño encima y es hora de trabajar… trabajaremos codo a codo, como chinos. Nada de pesadillas, nada de soñar tonterías y cosas raras: los libros están llenos de buenas ideas para soñar… trata de no dedicar tus horas libres a ponerte frente a cualquier pantallita… mejor que no te vengan con cuentos chinos” –dice el texto, impreso a la vuelta de la portada. Y qué oportunidad perdida de emplear las tarjetas opacas a sueldo de una caja de ahorros que invertir en libros al mismo tiempo que se honra la modificación de la ley de justicia universal, amputada por el gobierno ante las presiones chinas tras haber sido llamado a detención  su anterior líder Yiang Zemin por genocidio en Tibet. 

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