sábado, 16 de agosto de 2014

El club de las marcas vivas



El alma de las compañías expresa su ánimo en términos contables, o como mal menor, en anuncios ramplones de patrocinio a un deporte, un famoso o, más raramente, a un evento cultural. Como si las decisiones acordadas en una sala de dirección impidieran todo movimiento –comunicación- cercano a la vida en sus más valiosos, y creíbles, términos, la ortopedia publicitaria acompaña la inversión general de las marcas por contar que les importa lo que a la gente. Es mejor una prótesis que un paso en falso, y por eso, ante la evidencia de mentir en alto lo que tan explícitamente no se es, cuando una marca ha de sumarse a un acto socialmente relevante, la gracilidad que adopta su publicidad es la de un presidiario hablando de leyes. La muerte de un actor es un hecho íntimo que mueve a dolor a quienes le quisieran, y a falta de un anuncio pagado, y visible en nuestro país, por las grandes productoras de cine a las que el fallecido ayudara a enriquecer, hay que ser valiente para honrar su memoria sin tener, en vida o muerte del muerto, ni oficio ni beneficio obvio. Que una multinacional imprima –o muestre en su página web a toda pantalla- que la muerte de un actor les “llena de una profunda tristeza” tiene, además de una sencilla y verosímil hondura, esa cualidad que pocas marcas pueden lucir en su comunicación, sea la que sea: expresar un dolor o una alegría que no es suya, al ser de muchos, y sin embargo no parecer, al hacerlo, un buitre llegado para vendernos su plumaje. 

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