El alma de las compañías
expresa su ánimo en términos contables, o como mal menor, en anuncios ramplones
de patrocinio a un deporte, un famoso o, más raramente, a un evento cultural. Como
si las decisiones acordadas en una sala de dirección impidieran todo movimiento
–comunicación- cercano a la vida en sus más valiosos, y creíbles, términos, la
ortopedia publicitaria acompaña la inversión general de las marcas por contar
que les importa lo que a la gente. Es mejor una prótesis que un paso en falso,
y por eso, ante la evidencia de mentir en alto lo que tan explícitamente no se
es, cuando una marca ha de sumarse a un acto socialmente relevante, la
gracilidad que adopta su publicidad es la de un presidiario hablando de leyes. La
muerte de un actor es un hecho íntimo que mueve a dolor a quienes le quisieran,
y a falta de un anuncio pagado, y visible en nuestro país, por las grandes productoras
de cine a las que el fallecido ayudara a enriquecer, hay que ser valiente para
honrar su memoria sin tener, en vida o muerte del muerto, ni oficio ni beneficio
obvio. Que una multinacional imprima –o muestre en su página web a toda pantalla-
que la muerte de un actor les “llena de una profunda tristeza” tiene,
además de una sencilla y verosímil hondura, esa cualidad que pocas marcas
pueden lucir en su comunicación, sea la que sea: expresar un dolor o una alegría
que no es suya, al ser de muchos, y sin embargo no parecer, al hacerlo, un
buitre llegado para vendernos su plumaje.
sábado, 16 de agosto de 2014
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