Eventualmente,
las mismas páginas del periódico que ensalza la importancia de la cocina
premiada acogen a quienes escogen renunciar a ese logro y vivir sin la presión
de mantener ese nivel, a costa del placer o la tranquilidad que da hacer lo que
quieres y no lo que se supone que debes. Que viene a decir que muy probablemente,
pasada la euforia ligada a saberte premiado, quienes disfrutan en un
restaurante con una o varias estrellas Michelín son los comensales y no quienes
trabajan cada día para estar a la altura de ese listón mefistofélico. Ligar la
esencia de un coche al prestigio, trabajo y filosofía que hay tras la concesión
de un premio que es, en su nombre, idéntico al logo del coche, hace sonreír de
admiración nada más entrever el símil. La sonrisa cambia al advertir hacia
dónde deriva el nexo, pero se hiela al ver el resumen formal de esa expresión,
como si un coche de 40.000 dejara de serlo solo porque te quitan el símbolo que
viene en su parrilla central. O peor aún, como si lo que simboliza esa estrella
de menos no importara hasta que te la quitan. Algún día David Muñoz perderá
alguna de las estrellas Michelín que le adornan. La buena noticia es que
Mercedes podrá seguir amortizando este anuncio con solo cambiar ligeramente su
frase final, por una más sensata: Importa lo que hay tras una estrella. Aunque no
esté.
viernes, 30 de enero de 2015
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