lunes, 14 de noviembre de 2011

tenemos lo que no entender




Aspirar a la invisibilidad es condición natural de la política, dada su condición de envase hueco o sospechoso. Por eso la publicidad es una ventana perfecta: simultáneamente permite el énfasis y la nada, esconde justo lo que presume, y cómo notar la diferencia si nadie difiere. Como casi todas, las campañas del pp son minuciosamente mediocres, es decir, minuciosamente coherentes, pura lista cerrada de ideas aún más cerradas. Al psoe de poco le sirve tener eventualmente ideas –es decir, respetar la inteligencia de sus presuntos votantes- dada la forma en que las malgasta, pero algo cuenta el que en un país de audiencias orgullosamente ignorantes o indolentes, el psoe juegue la carta de la sofisticación con un pie en el abismo de las elecciones del domingo.
En un entorno político y lo que es peor, también social, en el que cualquier mención a una memoria intelectual mínimamente exigente es visto y acusado como un síntoma de elitismo o vanidad intelectual, pedir hora a De Gaulle, a Churchill, a Kennedy, a Luther King parea exponer cómo la sangre, el sudor y las lágrimas también pasan por el cerebro, como lo hace decidir tu voto, es tan valiente como desdichadamente poco creíble a estas alturas. Paradójicamente, la simulación más verosímil –recordar las veces innumerables que hemos estado al borde del desastre total- también es la más irreal. El público que asiste pensativo y atento a los discursos –como si el oído contara tanto como la boca- existe solo dentro de un anuncio. La política como ficción a sueldo ha vaciado de sentido semejante empeño fuera de la publicidad.

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