jueves, 9 de diciembre de 2010

los jueves, milagro


Aunque sólo sea para paliar su monopolio, el uso torticero de la idea, dios merece un lugar en la publicidad, que tan frecuentemente se sirve de algo para contar lo opuesto, y así, su mención, amén de valiente, sirve para jugar a ese juego escaso de lo justo, del ajuste de méritos: y si el tamaño de un dios debería caber en el pecho de un hombre y poco más, el de la averiguación probada del mundo, que merecería portadas y telediarios y es hoy apenas un neón entre nosotros, asoma su verdad en la mueca insospechada de un anuncio pagado por la cosa pública: que una reunión de “mentes brillantes” empieza en la miniaturización de la religión, a la que tanto se parece la publicidad en su versión peor –la impostura, el tratar de imbéciles a quienes la contemplan- y de la que –ay!- huye en su versión más honda –la que a cambio de la atención de quien la mira, devuelve algo más que lo compras.

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