Gozosamente,
como si un juego, las campañas que anuncian las últimas temporadas de la
Orquesta Nacional parecen tan relacionadas con el público que asiste a ellas
como lo que éste, con sus toses permanentes y nulamente minimizadas, parece
opinar de la música a la que asiste. Transversal, ambigua, hecha de
interpretación más que de pentagrama, sus visuales son una sacudida conceptual que
apuesta por una mirada que aún no llega a posarse sobre ella, hecha la audiencia
predominante de adultos o ancianos que maltratan la escucha con su propia
sinfonía de ruidos. Pocos de quienes asisten a sus conciertos verán en la
campaña algo que añada algo a lo que ya saben o esperan de su programación, y
en eso la campaña es milimétricamente ecuánime: devuelve cada segundo de lo que
la orquesta ha de pensar de quienes van al Auditorio Nacional a escucharse a sí
mismos con más eco del habitual.
martes, 23 de mayo de 2017
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