miércoles, 21 de abril de 2010

que el árbol no te impida ver a woods



Hay un ancho mapa habitado entre saberse libre de arreglar nada y aún así evitar mentir. Si bien como en un mapa, una cosa es lo deseado –el mapa político- y otra, la realidad allende nuestra voluntad –el mapa físico. Honrando su nombre en esa división, la política prácticamente sólo es capaz de vivir libre de arreglar nada, mientras que la publicidad, en el mejor de los casos, bastante hace con lograr fugazmente lo segundo –evitar mentir.
El anuncio de Nike –un plano fijo sobre el rostro compungido de Tiger Woods, como un niño que estuviera aguantando la reconvención paterna (que, más o menos, es lo que viene a decir la voz de su padre)-, es una obra maestra de lo que la publicidad no está obligada a hacer –educar a sus patrocinados ¿o alguien piensa que Louis Vuitton ha exigido normas higiénicas a keith richards en su campaña actual?- tanto como de lo que sí ha de tener el coraje de mostrar –justo lo que corresponde a familia y sociedad: educar, corregir, reprender en público si es necesario.
Hace años, la fuerza de la naturaleza –y escasamente de sus Philadelphia 76 ers- Charles Barkley retaba desde otro anuncio de la misma marca a que nadie pidiera que lo que él hacía para ganarse la vida sirviera, en modo alguno, para educar a nadie. Los padres deben ser los modelos para sus hijos, no yo –decía.
La publicidad es inmune incluso al hecho de que, en paralelo, se publique que el anuncio ha colmado la paciencia de su esposa, pues de lo que un anuncio ha de responsabilizarse, no hay mentira ni en el gesto de arrepentimiento del golfista ni, obviamente, en lo que el padre dijera al hijo en el momento en que fuera grabado. Sutil como sea el no proporcionar la más mínima pista sobre quién habla, es la respuesta –el mohín triste- la encargada de proporcionar el valor de esa voz, que dice, en elegantísima cortesía de Nike, la cruda verdad en todo esto: que Woods está donde está por su mera habilidad en el manejo de un palo de golf, que toda involucración añadida en la conciencia de una sociedad es sólo prueba de la inmadurez de esa sociedad, que pide a quien no debe y libera a quien debería realmente. Esto atañe a mi familia y a mí –dice el anuncio. Y verme por televisión o comprar la ropa que paga este anuncio no te da derecho a considerarte con derecho a que mi decisión te incluya.
“Soy propenso a ser inquisitivo para promover la discusión. Quiero saber en qué estabas pensando. Quiero saber qué sientes. ¿Aprendiste algo?” –una sociedad menos pueril segregaría de la publicidad el mismo discurso que una marca de zapatillas exhuma de los archivos familiares sólo en caso de gravedad.

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