miércoles, 29 de mayo de 2013

y si nos hartamos



La rebeldía ocupa hoy no pocos planes de marketing como los manifiestos por la hermandad del pueblo llenaban las cárceles estalinistas donde se conjuraban las purgas. Gritando fuera para tapar lo que se grita dentro, algunas marcas comerciales solo ocupan el hueco que, durante cuatro años, deja libre la maquinaria de embuste y crimen que la política ha convertido en herramienta de comunicación: la impunidad ya desde los carteles que se pegan en los muros. No hay un solo carro de la compra que salga de Walmart que no lleve dentro litros de refrescos y no muchos que no lleven detrás, empujando, obesos formidables. Sorprendentemente, en el alarde que es necesitar empresarialmente la inmovilidad pero publicitariamente la rebeldía, en el carro que va de un Excel a un story alguien ha decidido no ver una segunda rebeldía que no es dietética sino política, socialmente implicada y a la que escasamente redime el logo final: “Nosotros somos el poder, estamos en los grandes centros de decisión, desde hace siglos os hemos ido controlando, en el trabajo, cuando os quedáis en casa, cuando salís de ella.” Ni un empacho del refresco más a mano permite olvidar que el público natural de su publicidad es el mismo que el de la gran empresa a la hora de mantenerle atado a una silla, de noche, en una oficina. O que lo que un refresco pueda pedir –levántate- es justo lo que el joven de su anuncio no puede permitirse, porque, de hacerlo, de levantarse e ir a clamar por su explotación, a la mañana siguiente habrá otro como él ocupando su asiento, a la misma hora, con el mismo sueldo en el bolsillo. Esa ironía: que la marca que le anima a levantarse sea justo la que vende lo que le permite seguir sentado horas, días, años, sin que los ojos lleguen a cerrarse como lo hace su esperanza cuando observa el comportamiento con que las multinacionales de todo el mundo engordan sus cuentas anuales y a quienes asisten a ellas.  

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