El camino que para llegar a la justicia pasa
por el reproche siempre es delicado, y la publicidad no goza de la inmunidad –o
la desverguenza- de la política. Por eso las ong rara vez acompañan el clamar
por una tragedia de la más aventurada, si bien probada, indiferencia con que
asistimos a ella. Tratada con mayor o menor elegancia –es decir, alejándote o
acercándote al núcleo de la cuestión-, llamar a la puerta de nuestra conciencia
aburguesada compromete el arduo trabajo de pedir con el no menos exigente de
quitar algo a cambio a quien te da. La brutalidad con que la repetición del desastre
se asoma, anestesiada, ante nosotros es también la del ocio idiota o embrutecedor
en que tan frecuentemente nos refugiamos. Contenida la frase de stalin –una muerte
es una tragedia, un millón de muertes es una estadística- en lo que las redes
sociales han hecho de la noción de amistad, donde cientos de amigos a los que no
se ve son la estadística valiosa, emplear ésta para mostrar su impacto en el
mundo real es una fórmula valiente y preclara. Solo mostrar esos dedos hacia
abajo lo es aún más.
jueves, 20 de febrero de 2014
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