jueves, 20 de febrero de 2014

pedir sin quitar





El camino que para llegar a la justicia pasa por el reproche siempre es delicado, y la publicidad no goza de la inmunidad –o la desverguenza- de la política. Por eso las ong rara vez acompañan el clamar por una tragedia de la más aventurada, si bien probada, indiferencia con que asistimos a ella. Tratada con mayor o menor elegancia –es decir, alejándote o acercándote al núcleo de la cuestión-, llamar a la puerta de nuestra conciencia aburguesada compromete el arduo trabajo de pedir con el no menos exigente de quitar algo a cambio a quien te da. La brutalidad con que la repetición del desastre se asoma, anestesiada, ante nosotros es también la del ocio idiota o embrutecedor en que tan frecuentemente nos refugiamos. Contenida la frase de stalin –una muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística- en lo que las redes sociales han hecho de la noción de amistad, donde cientos de amigos a los que no se ve son la estadística valiosa, emplear ésta para mostrar su impacto en el mundo real es una fórmula valiente y preclara. Solo mostrar esos dedos hacia abajo lo es aún más. 

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