Honrando el aserto de que la comedia es tragedia más tiempo, lo que
nace como crimen envejece como chanza ante nuestros ojos. En esa competición en
que nadan las redes sociales por desacralizar cualquier tema, los profesionales
del humor dan las brazadas que pueden por no quedarse atrás. Y una forma es
poner el atrás delante. Integrar la peor memoria de los totalitarismos del
siglo XX en la narración actual de un país o de la peripecia de un transexual es
más una apuesta por la transgresión que por la normalización, y en eso se
dilapida la lección, pero es solo a corto plazo. Transcurrido el tiempo
suficiente, las matanzas devienen en una pérdida indefinida de la que sobrevive
el exotismo de los uniformes o su conversión en capítulos de la historia de la
infamia. Su impacto actual no ganaría carga moral de ser un fabricante de
champú anticaspa el que enunciara el eslogan nazi, asi que la lección es que
una cosa es la publicidad y otra el producto que hay detrás. Por eso el gran
Juan Luis Cano sostiene con sorna su apuesta, y la sra. San Juan arde en ella.
viernes, 4 de noviembre de 2016
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