viernes, 4 de noviembre de 2016

la muerte de risa



Honrando el aserto de que la comedia es tragedia más tiempo, lo que nace como crimen envejece como chanza ante nuestros ojos. En esa competición en que nadan las redes sociales por desacralizar cualquier tema, los profesionales del humor dan las brazadas que pueden por no quedarse atrás. Y una forma es poner el atrás delante. Integrar la peor memoria de los totalitarismos del siglo XX en la narración actual de un país o de la peripecia de un transexual es más una apuesta por la transgresión que por la normalización, y en eso se dilapida la lección, pero es solo a corto plazo. Transcurrido el tiempo suficiente, las matanzas devienen en una pérdida indefinida de la que sobrevive el exotismo de los uniformes o su conversión en capítulos de la historia de la infamia. Su impacto actual no ganaría carga moral de ser un fabricante de champú anticaspa el que enunciara el eslogan nazi, asi que la lección es que una cosa es la publicidad y otra el producto que hay detrás. Por eso el gran Juan Luis Cano sostiene con sorna su apuesta, y la sra. San Juan arde en ella.

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