Como los espejos, la publicidad a veces devuelve
nítidamente lo que una marca hace por el mundo: en el primer ejemplo, un
organismo que se nutre de la brutalidad frecuente, los sentimientos exacerbados
o su apuesta por cualquier fin que justifique los medios, soslaya el pudor que identifica
el grito y el zafio gregarismo con la peor masculinidad y publica un anuncio
que para honrar a las víctimas de un mundo de hinchas del equipo masculino
sugiere vestir a una de ellas con el uniforme de la misma zafiedad en que nada
el problema, como si la solución a su inferioridad forzada fuera vestirlas de nosotros,
acercarlas a lo más sagrado que tiene cualquier hombre. “La quiniela con el fútbol femenino” es, por demás, un ejemplo
previsible de la pueril comprensión del día al que quiere sumarse, tan sutil
como decir “basta de meterles goles”
o “el partido lo ganamos todos juntos”.
Seis páginas más allá, un medio de comunicación
que aún resiste entre la ola creciente de mediocridad mediática ilustra, con un
pequeño y elegante juego tipográfico, la parquedad de una narración global que excluya
parte del lenguaje que somos. Esa otra quiniela, la de la ignorancia al frente
de un departamento de marketing.
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