Como si
unas patrocinaran al otro, o viceversa, las noticias que enmarcan el anuncio
sirven para explicar su engranaje real: hundida –y rescatada con dinero
público- gracias a una deuda catastróficamente más alta que la mentida cuando salió
a bolsa, y habiendo arruinado a miles de ahorradores –llamar inversores a la
base social de bankia es una estafa más-, los principios a los que llama a
regresar su anuncio no pueden volver: no los hubo cuando, como caja de ahorros,
se le imponía tenerlos. Hoy es un banco. Su deber es ganar dinero. Es decir,
invertir en aquello que más beneficios proporcione, aunque eso suponga
esquilmar a quien no sabe de qué le hablan en una sucursal, financiar hábitos
corruptos en política y empresa, o actuar con irresponsabilidad perfectamente
avalada en su consejo de administración. El ritmo a que llama a recuperar
consistió durante una década en financiar una economía de ladrillo mal puesto,
aberrantemente sobrepagado y que, por cada pared, levantó otra tras la que
ocultar el dinero oculto a disposición de esa otra banca pagada con dinero
público –la política. La única verdad no sonrojante del anuncio es que durante
lustros todo eso funcionó como un reloj. Buena parte del ajuste actual que
empobrece a un país es solo lo que lleva volver a ponerlo en hora.
sábado, 23 de marzo de 2013
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