Proféticamente,
la piratería en su estado clásico se extinguía del mundo casi al mismo tiempo
que la publicidad masiva se asomaba a él, como un sustituto perseverante y sin
los problemas de imagen de aquella. El saqueo tiene hoy sucursales, visibles y
virtuales, tan ubicuas que la publicidad coexiste entre nosotros como un
arqueólogo más, ni el más avezado ni el que más hondo excava. El lanzamiento de
un ordenador personal exhumaba, hace apenas veinte años, a Gandhi y a Einstein
entre otros; la música de Beethoven, Wagner o Purcell está hoy al servicio de
cualquiera que la quiera emplear para anunciar una lavadora o un detergente;
Leonardo, Durero o Rubens pintaron, sin saberlo, para marcas de neumáticos, refrescos
o gafas de sol. Todo en orden, con sus permisos correspondientes y la inmunidad
que da saber que si la resurrección de los muertos se produce, antes irán
aquellos a un bar o a un parque que en busca de quienes profanaran su obra,
siglos después. Pudiendo significar justo lo contrario, la línea de carteles
que Davide Bedoni viene realizando a base de insertar el logo de una marca de
zapatillas en lienzos antiguos es solo más de lo mismo. Y al mismo tiempo, su
superación: ocupando la imagen con un logo cuyo tamaño raramente una marca
aprobaría, es más que una apropiación, una invasión que ni siquiera necesita
del mecenazgo publicitario para darse. Ni esa marca ha encargado el cartel ni cabalmente
lo aprobaría. Es una acto de piratería que no necesita del argumento, de las
necesidades de la piratería. Es gratuito. Si es también atractivo es porque la
invasión es mutua. No habiendo razones para pensar qué pueda aportar la marca a
la imagen, la marca tiene derecho a hacerse la misma pregunta: qué hace este
siglo en mi logo.
para c
que probablemente prefiere la idea a este texto
y probablemente acierta
No hay comentarios:
Publicar un comentario