miércoles, 11 de diciembre de 2013

pata de palo ajeno


Proféticamente, la piratería en su estado clásico se extinguía del mundo casi al mismo tiempo que la publicidad masiva se asomaba a él, como un sustituto perseverante y sin los problemas de imagen de aquella. El saqueo tiene hoy sucursales, visibles y virtuales, tan ubicuas que la publicidad coexiste entre nosotros como un arqueólogo más, ni el más avezado ni el que más hondo excava. El lanzamiento de un ordenador personal exhumaba, hace apenas veinte años, a Gandhi y a Einstein entre otros; la música de Beethoven, Wagner o Purcell está hoy al servicio de cualquiera que la quiera emplear para anunciar una lavadora o un detergente; Leonardo, Durero o Rubens pintaron, sin saberlo, para marcas de neumáticos, refrescos o gafas de sol. Todo en orden, con sus permisos correspondientes y la inmunidad que da saber que si la resurrección de los muertos se produce, antes irán aquellos a un bar o a un parque que en busca de quienes profanaran su obra, siglos después. Pudiendo significar justo lo contrario, la línea de carteles que Davide Bedoni viene realizando a base de insertar el logo de una marca de zapatillas en lienzos antiguos es solo más de lo mismo. Y al mismo tiempo, su superación: ocupando la imagen con un logo cuyo tamaño raramente una marca aprobaría, es más que una apropiación, una invasión que ni siquiera necesita del mecenazgo publicitario para darse. Ni esa marca ha encargado el cartel ni cabalmente lo aprobaría. Es una acto de piratería que no necesita del argumento, de las necesidades de la piratería. Es gratuito. Si es también atractivo es porque la invasión es mutua. No habiendo razones para pensar qué pueda aportar la marca a la imagen, la marca tiene derecho a hacerse la misma pregunta: qué hace este siglo en mi logo.  

para c
que probablemente prefiere la idea a este texto
y probablemente acierta

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