viernes, 13 de diciembre de 2013

Xenu, el sabio




Discretamente camuflada en una decisión judicial tomada por el Tribunal Supremo británico, que acaba de dictar cómo “la religión no debería estar confinada a religiones que reconocen a una deidad suprema”, la decisión de admitir la cienciología como una religión la barniza al mismo tiempo de la irrelevancia que pueda tener una fábrica de lavadoras que no las fabrique. Despojada así de su condición de ciencia espiritual sin la ecuación principal, reluce sin pudor como ficción hecha a medida para una religión… cuyo profeta –ron hubbard- es un escritor de ciencia ficción que dejara escrito cómo la génesis humana se originó hace 75 millones de años, cuando “Xenu, dictador de la Confederación Galáctica, trajo miles de millones de personas a la Tierra en naves espaciales. Los desembarcó alrededor de volcanes y los aniquiló con bombas de hidrógeno. Sus almas se reunieron en grupo y se fundieron entonces con los cuerpos de los vivos”.
Que su publicidad trate de rescatar la primera derivada de ciencia –conocimiento- y centrifugue las definiciones en ese batiburrillo de imágenes que nutre cualquier anuncio de refrescos, informática o publicidad gubernamental al uso, no oculta el patetismo en defender la ficción como algo más solvente, donde “conocimiento”, a falta de algo más comprobable, o apenas más verosímil, es solo “lo que ves, lo que sientes, lo que sabes que es verdad”. Más claro aún, donde lo que es verdad es lo que es verdad para ti”. Incluso sin ese manual de instrucciones, anuncio y anunciante son, nítidamente, algo que, desechado el Supremo, merecerían justo lo que queda: un tribunal. 

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