Discretamente camuflada en una decisión judicial tomada
por el Tribunal Supremo británico, que acaba de dictar cómo “la religión no debería estar confinada a
religiones que reconocen a una deidad suprema”, la decisión de admitir la
cienciología como una religión la
barniza al mismo tiempo de la irrelevancia que pueda tener una fábrica de
lavadoras que no las fabrique. Despojada así de su condición de ciencia
espiritual sin la ecuación principal, reluce sin pudor como ficción hecha a
medida para una religión… cuyo profeta –ron hubbard- es un escritor de ciencia
ficción que dejara escrito cómo la génesis humana se originó hace 75 millones
de años, cuando “Xenu, dictador de la
Confederación Galáctica, trajo miles de millones de personas a la Tierra en
naves espaciales. Los desembarcó alrededor de volcanes y los aniquiló con
bombas de hidrógeno. Sus almas se reunieron en grupo y se fundieron entonces con
los cuerpos de los vivos”.
Que
su publicidad trate de rescatar la primera derivada de ciencia –conocimiento- y
centrifugue las definiciones en ese batiburrillo de imágenes que nutre
cualquier anuncio de refrescos, informática o publicidad gubernamental al uso, no
oculta el patetismo en defender la ficción como algo más solvente, donde “conocimiento”, a falta de algo más
comprobable, o apenas más verosímil, es solo “lo que ves, lo que sientes, lo que sabes que es verdad”. Más claro
aún, donde “lo que es
verdad es lo que es verdad para ti”. Incluso sin ese manual de instrucciones, anuncio y anunciante son, nítidamente,
algo que, desechado el Supremo, merecerían justo lo que queda: un tribunal.
¿Nos hacemos creyentes?
ResponderEliminarcuando lo hagan ellos
ResponderEliminarme he perdido en la parte de las bombas de hidrógeno... no digo más...
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