Quién se preocuparía del simbolismo de la mujer
de Lot siendo transformada en estatua de sal al volver la vista atrás cuando
puedes ocuparte de los tentáculos éticos que conlleva investigar con células
madre. Quién de lo que Lázaro viera en muerte habiendo leyes de igualdad que
anatemizar. Raramente el antiguo testamento asoma en las misas y se entiende. No
fuera que la categoría metafórica que exige hablar del diluvio, de Adán o de Gomorra
trasladara la incredulidad, o solo la mera interpretación de la fábula, a los
testimonios de los apóstoles que conforman los Evangelios del nuevo testamento.
Como si eso fuera a añadir ficción al mecanismo religioso. Y por qué debiera
importar qué más munición proporcionas al oponente si la mayoría de tus armas
apuntan contra ti mismo. Son tantas las horas que lleva ocuparse de los temas
que no existían cuando sus profetas dictaron las instrucciones de uso en cada
caso, que a fuer de no defender los temas de casa –el amor incondicional al
prójimo, el perdón, el poder del sacrificio, la proximidad a los débiles, los
enfermos, los condenados- quizá la iglesia católica logre que la sociedad civil
imite sus modos y se lance a jugar con los símbolos que constituyen las raíces
mismas de su legitimidad, tal y como la iglesia hace con la base misma del
derecho civil –la igualdad ante la ley, la irrelevancia de tu opción sexual o
ideológica. Quizá no está lejano el día en que la publicidad normalice esa
fuente de significados culturales que es la primera familia cristina, o el
martirio de su dios hecho encarnación humana. Sumidos en la irrelevancia
argumental, cuando ese día llegue, la iglesia ya no podrá esgrimir autoridad
para defender el mito de esa mirada exacta sobre él. Con un poco menos de la
arrogancia gastada en esforzarse por malgestionar un mundo que ni por aproximación
es el que viera su principal profeta –Jesús-, cualquier iglesia sobreviviría
solo con refugiarse en esa aleación de moral sagrada y alienígenas con nuestro
aspecto que es la memoria de hace 2.000 años. Y esa es justo la que abandonan a
su suerte. Quién les creerá cuando hayan de defender a Jesús de anunciar
caramelos para niños, a Pablo de recomendar apósitos para heridas al caer del
caballo, a Judas de ofertar empleo en los servicios secretos. Quién sois
vosotros para interpretar la creación del mundo –dirán entonces. Pero ya no
será suyo. Lo que durante siglos ansiaran –incorporarse a un mundo donde puedes
vender a dios mientras gestionas dinero del crimen en bancos vaticanos, donde la
voz que gastas de día en pedir el celibato la susurras de noche para violar a
un niño, donde la vida que defiendes es solo la muerte a la que obligas al demonizar
los anticonceptivos- será finalmente suyo. La iglesia del mundo actual: una
moda, un partido político, un consejo de administración más.
miércoles, 29 de enero de 2014
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