miércoles, 29 de enero de 2014

la queja sinpar



Quién se preocuparía del simbolismo de la mujer de Lot siendo transformada en estatua de sal al volver la vista atrás cuando puedes ocuparte de los tentáculos éticos que conlleva investigar con células madre. Quién de lo que Lázaro viera en muerte habiendo leyes de igualdad que anatemizar. Raramente el antiguo testamento asoma en las misas y se entiende. No fuera que la categoría metafórica que exige hablar del diluvio, de Adán o de Gomorra trasladara la incredulidad, o solo la mera interpretación de la fábula, a los testimonios de los apóstoles que conforman los Evangelios del nuevo testamento. Como si eso fuera a añadir ficción al mecanismo religioso. Y por qué debiera importar qué más munición proporcionas al oponente si la mayoría de tus armas apuntan contra ti mismo. Son tantas las horas que lleva ocuparse de los temas que no existían cuando sus profetas dictaron las instrucciones de uso en cada caso, que a fuer de no defender los temas de casa –el amor incondicional al prójimo, el perdón, el poder del sacrificio, la proximidad a los débiles, los enfermos, los condenados- quizá la iglesia católica logre que la sociedad civil imite sus modos y se lance a jugar con los símbolos que constituyen las raíces mismas de su legitimidad, tal y como la iglesia hace con la base misma del derecho civil –la igualdad ante la ley, la irrelevancia de tu opción sexual o ideológica. Quizá no está lejano el día en que la publicidad normalice esa fuente de significados culturales que es la primera familia cristina, o el martirio de su dios hecho encarnación humana. Sumidos en la irrelevancia argumental, cuando ese día llegue, la iglesia ya no podrá esgrimir autoridad para defender el mito de esa mirada exacta sobre él. Con un poco menos de la arrogancia gastada en esforzarse por malgestionar un mundo que ni por aproximación es el que viera su principal profeta –Jesús-, cualquier iglesia sobreviviría solo con refugiarse en esa aleación de moral sagrada y alienígenas con nuestro aspecto que es la memoria de hace 2.000 años. Y esa es justo la que abandonan a su suerte. Quién les creerá cuando hayan de defender a Jesús de anunciar caramelos para niños, a Pablo de recomendar apósitos para heridas al caer del caballo, a Judas de ofertar empleo en los servicios secretos. Quién sois vosotros para interpretar la creación del mundo –dirán entonces. Pero ya no será suyo. Lo que durante siglos ansiaran –incorporarse a un mundo donde puedes vender a dios mientras gestionas dinero del crimen en bancos vaticanos, donde la voz que gastas de día en pedir el celibato la susurras de noche para violar a un niño, donde la vida que defiendes es solo la muerte a la que obligas al demonizar los anticonceptivos- será finalmente suyo. La iglesia del mundo actual: una moda, un partido político, un consejo de administración más. 

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