El día que la física resuelva el enigma de la materia oscura, solo
quedará hallar el de la distancia mínima, e igualmente inexplicable, que se
abre en publicidad entre la información obvia que aporta un guiño, reconocible
por cualquiera, y los milímetros que la marca escoge alejarse de esa información,
como si temiera perder la relación del producto con el ingrediente añadido. Cualquier
anuncio en el que sale Rafa Nadal, Pau Gasol, Fernando Alonso (no hay intención
en lo temático, son los que me suenan) suele mostrar ese pánico a que el prescriptor
canibalice el mensaje. Podría pensarse que la razón es la inteligencia media inferida
en quien se sienta a ver la televisión en España, pero es improbable que eso
suponga una diferencia con quien se sienta a ver un anuncio de televisión en
Estados Unidos: el 50% de la población de ese país vota sistemáticamente al
partido republicano. Eso desecha muchas cosas. Que el producto sea, en este
caso, la promoción conjunta del consumo de huevos, y el prescriptor, alguien a
quien basta canibalizar el mensaje para darnos por satisfechos tampoco aclara mucho.
La duración del anuncio es irreal para los estándares españoles y parte del
brillo espléndido de la ejecución reside en eso. Y quizá sea una suerte que sea
así, porque uno tiembla de pensar qué harían tantos anunciantes españoles –Jazztel
con ese presentador famoso; Porcelanosa con aquella exmujer de un excantante; Danone
con cualquiera- de contar con ese tiempo para pasarlo paralizados, mudos y acurrucados
junto al prescriptor, temiendo que, mientras éste aspira a la credibilidad del
cartón piedra, alguien pueda acusarles de aspirar a hacer pensar.
jueves, 19 de marzo de 2015
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