jueves, 19 de marzo de 2015

el huevo o la idea




El día que la física resuelva el enigma de la materia oscura, solo quedará hallar el de la distancia mínima, e igualmente inexplicable, que se abre en publicidad entre la información obvia que aporta un guiño, reconocible por cualquiera, y los milímetros que la marca escoge alejarse de esa información, como si temiera perder la relación del producto con el ingrediente añadido. Cualquier anuncio en el que sale Rafa Nadal, Pau Gasol, Fernando Alonso (no hay intención en lo temático, son los que me suenan) suele mostrar ese pánico a que el prescriptor canibalice el mensaje. Podría pensarse que la razón es la inteligencia media inferida en quien se sienta a ver la televisión en España, pero es improbable que eso suponga una diferencia con quien se sienta a ver un anuncio de televisión en Estados Unidos: el 50% de la población de ese país vota sistemáticamente al partido republicano. Eso desecha muchas cosas. Que el producto sea, en este caso, la promoción conjunta del consumo de huevos, y el prescriptor, alguien a quien basta canibalizar el mensaje para darnos por satisfechos tampoco aclara mucho. La duración del anuncio es irreal para los estándares españoles y parte del brillo espléndido de la ejecución reside en eso. Y quizá sea una suerte que sea así, porque uno tiembla de pensar qué harían tantos anunciantes españoles –Jazztel con ese presentador famoso; Porcelanosa con aquella exmujer de un excantante; Danone con cualquiera- de contar con ese tiempo para pasarlo paralizados, mudos y acurrucados junto al prescriptor, temiendo que, mientras éste aspira a la credibilidad del cartón piedra, alguien pueda acusarles de aspirar a hacer pensar. 

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