Sea cual sea su escala, la publicidad institucional
es casi siempre el reverso exacto del uso político del resto de recursos:
torpe, mediocre, con vocación de invisibilidad, se asoma al mundo como si no
supiese a qué ha venido. O más exactamente, como si supiese a qué ha venido –para
sumarse a la campaña electoral del partido en el poder- pero le diera
vergüenza. Por eso las campañas que animan a leer, a pagar la cultura que consumes,
o a mantener limpia tu ciudad son pura ventriloquía: digamos lo que se espera
que digamos, pero que no suene muy alto, ni muy claro, que no logre nada, que no
cambie nada. Quien las financia pierde más que gana perpetuando las carencias,
asi que la única explicación es la que regula el resto de actos políticos: la
pura mediocridad. Convertido el ejercicio de la política en un breviario de
marketing agarrotado, quien las aprueba o condiciona hasta parecer esto que se publica
ayer ha de mirarlas como se observa el programa electoral propio. Papeles que
tapan papeles, su significado es justo la mancha, su grosor logrado.
viernes, 27 de marzo de 2015
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