El candor y el ridículo se asoman a un producto
cultural de forma distinta a como lo hacen a un producto de cualquier otro
tipo: la mediocridad de una bayeta, un zapato, un refresco o una casa es
compatible con su demanda explícita y su uso público y masivo. Pero un libro que
se oferta en forma y fondo patéticos lo hace en un área del consumo –el cultural-
que opera bajo el prurito de aspirar al arte, e incluso cuando es solo al
entretenimiento, se beneficia de que el formato libro tiene, en sí, dignidad
automática.
A falta de elegancia o sensatez publicitaria, el arrojo domina el espantajo: al órdago que es anunciar semejante autoedición a plena página del suplemento cultural de El País, el diseñador de semejante horterada añade su nombre a los créditos, como si dejar solo al poeta que paga el anuncio repartiera menos vergüenza ajena si dividida entre dos. Como colofón del engendro, la nota del autor, ilusa, patéticamente al servicio de la comprensión más básica de cualquier noción de comunicación, sonroja acaso al autor sin merecerlo, víctima inane del patán que le pone a vender así sus textos. Nacido en Zalamea, algo de la necesidad urgente de justicia que Calderón dejó en su obra vendría bien a este señor de apacible aspecto y horrísona imagen literaria.
A falta de elegancia o sensatez publicitaria, el arrojo domina el espantajo: al órdago que es anunciar semejante autoedición a plena página del suplemento cultural de El País, el diseñador de semejante horterada añade su nombre a los créditos, como si dejar solo al poeta que paga el anuncio repartiera menos vergüenza ajena si dividida entre dos. Como colofón del engendro, la nota del autor, ilusa, patéticamente al servicio de la comprensión más básica de cualquier noción de comunicación, sonroja acaso al autor sin merecerlo, víctima inane del patán que le pone a vender así sus textos. Nacido en Zalamea, algo de la necesidad urgente de justicia que Calderón dejó en su obra vendría bien a este señor de apacible aspecto y horrísona imagen literaria.
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