Mientras en internet la lectura es
arrinconada hasta parecer un objeto museístico, en los museos se desarrollan
relatos que ayuden a ver las obras que cuelgan de la pared. La palabra que
desfallece en una pantalla resurge, plena, en otra con solo pasar de la calle a
la sala de un museo. Las imágenes que desechan el lenguaje al sucederse en masa
agradecen, en una sala en la que hay que mirarlas de una en una, la
colaboración de la palabra precisa para mejor verlas. La vigencia de la lectura,
como la del susurro, tiene que ver con dónde se produce. En Londres, por
ejemplo.
viernes, 1 de diciembre de 2017
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