sábado, 5 de marzo de 2011

De los dueños del cerrojo


Parte no escasa de la fortuna o desdicha de un anuncio radica en la capacidad del anunciante de ignorar toda la información que posee y que de ninguna manera puede caber en una página. Generalmente al anunciante le basta con poner en el anuncio lo que él querría ver, y así la mediocridad de su artefacto es, a sus ojos, el mínimo precio por dar al público justo lo que, por su bien, le conviene saber. Quizá porque la valentía no es una moneda consentida en sus calles, el gobierno de Bahrein viene empleándola en sus anuncios, puntualmente asomados a The Economist en los últimos meses, en metáforas a las que poco miedo demuestran tener, quizá porque un maletín con cerrojo es una imagen poderosa en manos de tus enemigos… solo si crees en ellos lo suficiente para temer su lectura tan obvia. También el público decide si dejar volar o constreñir su interpretación del mundo, y la generosidad del anunciante y la de quien asiste a su anuncio eran una cosa ayer y han resultado otra distinta hoy. Impreso justo detrás de la portada del 5.2 en que unos manifestantes enarbolan una bandera de Egipto durante las revueltas previas a la caída de mubarak, y a apenas 20 días de que en las calles de la capital de Bahrein, Manama, decenas de miles de personas pidieran la sustitución de la monarquía por un régimen constitucional, lo que fuera aprobado para pedir inversiones, se lee como uno de esos raros ejemplos de publicidad que acaba pareciendo un editorial, o una imagen de la represión policial que muy pronto iba a dejar muertos en las calles, y a poner en el centro de ese color rojo, el medio centenar de presos de conciencia, justo tras los cerrojos del dinero traído de todo el mundo en maletines similares.

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