sábado, 1 de junio de 2013

tan cerca que ni ves


A la pregunta, no muy complicada de entender, de qué requisitos esperaban de sus clientes los encargados de vender participaciones preferentes, puede responderse con lo que esperaban los clientes de quienes les ponían delante contratos de siete páginas a cambio de una firma: la misma cara sonriente, la misma proximidad y afabilidad que hasta hace nada uno encontraba en cualquier oficina de cajamadrid y hoy solo queda, residual por fuerza, en sus folletos. El alma de la confianza tiene, en último extremo, una prosa matemática y los empleados bancarios a los que cientos de miles de pequeños ahorradores, muchos de ellos jubilados, consideraban confiables al 100% por 100% valen hoy lo que los productos financieros que vendieran: un 0,14% de la afabilidad que usted comprara si lo firmado fueran acciones, un 27% si la sonrisa que comprara tuviera el aspecto formal de preferentes. En la propia esencia de las cajas de ahorro late el cebo perfecto –la obra social- para atraer ancianos, y con ese dinero desvalido se han construído los cientos de miles de casas que nadie puede comprar y los millones de prisiones financieras que son hoy las acciones de bankia para quien entrara en ellas, obligado ayer solo de una forma sutilmente menos torticera de lo que impone hoy decidir venderlas o arriesgarse a perder aún más mañana.
Aún hoy es posible entrar en una oficina de una caja de ahorros –pongamos ibercaja- y al ir a abrir una cuenta corriente encontrarse con que, al mismo tiempo que se te da a firmar el contrato, se te entrega un precontrato con las condiciones que vas a firmar un minuto después. Sirviendo éste para que sepas qué vas a firmar después, tan normal es que se te entregue sin tiempo para que leas nada, como que el contrato final contenga seis veces más cláusulas que el precontrato, esencialmente el referido a las comisiones, del que nada figura en el doc. previo. Normal también que, añadido, se te pida firmes un doc. que recoge tu conformidad al uso de tus datos personales. Un doc. que son dos: el que, para ellos, permite que selecciones tu voluntad de no recibir publicidad alguna, y el que, impreso para ti al mismo tiempo que el primero, lleva ya seleccionada de serie la opción opuesta: tu consentimiento a recibir publicidad por todas las vías posibles. Por si aún así no terminas de entender la relación que une a tu dinero con tus derechos en un banco, la mesa del comercial –sonriente, afable, cercano- está tapizada de ofertas inmobiliarias, financiadas, en tu nombre, por ese banco para que, apenas unos años después de jurarte el valor de ese intercambio, se te oferte como lo que es: la devaluación de la inteligencia, el procedimiento y el porqué bancario vendido como oferta comercial. Cuando preguntas por qué si las condiciones pactadas son unas, las que aparecen en el contrato son otras, el comercial y su superior –que no ha tenido más remedio que venir- solo aciertan a balbucear que podemos no firmar si no queremos. 

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