A dos días de las elecciones, sin tiempo ya
para matices, gastado mucho del tiempo del análisis en baratijas de la
argumentación, la campaña postrera del pp, que absorbe y reproduce justo el
lenguaje que contra ellos se ha volcado cada día de los últimos dos años, tiene
tanto del no poder con tu enemigo como del unirse a él en la esperanza de que
el sinsentido del discurso político, que acusan fuera mientras lo arrojan al
mundo a paletadas, acabe por igualarles a sus críticos. No es que el pudor sea,
a estas alturas, algo que se espera, y quizá esa certeza –la de que no se tiene
una pizca-, que en sus dirigentes ha de ser automática, es todo lo que necesitan
para mostrarse, por fin, como lo que todo el mundo espera que admitan. Pocos
gobiernos resisten la tentación de enarbolar el “tú más” como libro de estilo, y
si contraprogramar con el mismo insulto que se te lanza parece algo osado es
solo porque aún parecería que tienen algo que perder haciéndolo, y seguramente
no.
En vísperas de perder –ojalá- alcaldía y gobierno
de la comunidad de Madrid, quizá el mimetizarse dentro del mismo eslogan de
quienes vienen para echarles sea una forma de anticiparse, de ocupar desde ya
el hueco de la oposición empezando por ocupar su principal promesa –la
revolución- de forma que al tránsito, que es decir al comienzo del tiempo de
reclamar lo que nunca han querido, lleguen con las heridas hechas de pedir y no
de no obtener. “Esta es nuestra
revolución, una revolución sin ruidos ni grandes pancartas. Pero que aspira a
cambiarlo todo para lo que de verdad importa a la gente nunca cambie… Esta es
la revolución del sentido común.” –dice el anuncio, que en ello podría estar
malbaratando la única virtud achacable a quienes lo patrocinan: ni en el más
loco de sus sueños haber pedido lo que se les viene encima. Al quererlo no lo
merecen más. Pero, por un instante, logra un prodigio: es verdad. Cada línea. Solo
su logo no lo sabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario