El pudor tiene un uso paradójico en publicidad:
mientras su malinterpretación sirve masivamente para temer llamar la atención,
y crea así publicidad invisible, a veces el ejemplo contrario es aún más
dañino: vender un yogur que contiene vegetales a base de cargar contra la
percepción que de los vegetales se tiene a cierta edad es una idea que
cualquier padre puede entender, y ayudar a financiar. ¿Por qué parece entonces
obsceno? Quizá porque lo que querrían esos mismos padres es que sus hijos no dependieran
de la trampa de la golosina que contiene, remotamente dispuestos, una mínima
parte de los nutrientes que aporta los vegetales en su estado primero. Quizá porque,
en ese mismo fracaso, se reconocen como cómplices. Quizá porque al igual que un
fabricante de metadona sabe qué no puede glorificar en su comunicación, quien
vende placebos de la alimentación adecuada tiene vehículos más lúdicos a los
que subir su cuenta de resultados. Quizá porque hay anuncios para niños que no
deberían ver los niños.
jueves, 22 de septiembre de 2016
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