jueves, 15 de septiembre de 2016

free the brand



Hay temas que ensucian cualquier reunión en el departamento de marketing de un anunciante, y en una agencia. Una de los más frecuentes es considerar, siquiera sea por un segundo, la posibilidad de tocar en sus anuncios cualquier tema que no posea plena licencia de pulcritud y felicidad sabidas. La cárcel es uno de esos temas. Y quizá es porque ha de escocer tener que recurrir a una idea –la de vivir encerrados- que tan automáticamente recuerda el concepto de libertad estratégica al que viven atados, a pan y agua mediocre, la inmensa mayoría de marcas.
Que sea una de detergentes –líderes históricos en mediocridad publicitaria- la que se atreva a mezclar niños y presos en una misma idea es un prodigio que, además, se produce en un formato elegante y narrativamente bien trenzado donde habitualmente es discurso pueril, cuando no idiota. Uno ha de verlo varias veces para creerse que una marca como esa haya aceptado a presos como prescriptores de una campaña que, además, tiene a los niños, aunque esta vez no aparezcan, como protagonistas estratégicos.
También porque cometer errores como aprendizaje necesario –núcleo de la campaña que lleva años desarrollándose- posee una relación directa, y arriesgada de entablar, con lo que lleva a prisión a quien los comete con demasiada perseverancia. Contada, tan valientemente, la libertad necesaria como una deuda que contraemos con la siguiente generación, la publicitaria, tan escasa y tan improbable, tiene la forma de una huida a la que ha de dar miedo mirar hacia atrás mientras corre por tierra de audi, de ikea, de levi´s.

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