martes, 27 de septiembre de 2016

por no pensar




Con un poquito más de afinamiento en el concepto, la doble moral que critica el spot habría concluido la lección diciendo que la realidad es pornográfica aunque no queramos verlo. Sin ese matiz, mezcladas las churras de la penuria de la industria porno con las merinas de la desigualdad y complicidad brutal en la que chapoteamos, el alegato que emplea de portavoz a un ser tan lúcido como la srta. Miller ni termina de emplear su industria para hablar del país, ni de emplear a éste de espejo de aquella. El batiburrillo conserva su pegada porque los materiales que emplea funcionan incluso pronunciados a cámara lenta. Pero en ello se desperdicia, no una ocasión de decir alto y claro el tipo de hipocresía que nos rodea, sino la de validar un sector productivo –el del consuelo privado y de pago- que merecería mejor suerte, rodeado de tanta y tan variada pornografía social. La rendición o no de Amarna Miller tiene poco que ver con su sector y más con el país en que su trabajo es denigrado, pero no los beneficios que aporta cuando no nos miran. Una feria de la pornografía que aspira a influir en la campaña electoral es un hecho higiénico, que también podría haber empleado, de haber querido ser más explícito, lo que de placer fingido tiene lo que nos prometen. Sin la crítica nítida que califique el discurso político de sexo oral de la peor clase, queda la realidad expuesta sin preservativo. No es poco para una sociedad arrodillada que se tiene por virgen mientras la realidad hace su trabajo justo detrás suyo.

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