Con un poquito más de afinamiento en el concepto,
la doble moral que critica el spot habría concluido la lección diciendo que la
realidad es pornográfica aunque no queramos verlo. Sin ese matiz, mezcladas las
churras de la penuria de la industria porno con las merinas de la desigualdad y
complicidad brutal en la que chapoteamos, el alegato que emplea de portavoz a
un ser tan lúcido como la srta. Miller ni termina de emplear su industria para
hablar del país, ni de emplear a éste de espejo de aquella. El batiburrillo
conserva su pegada porque los materiales que emplea funcionan incluso
pronunciados a cámara lenta. Pero en ello se desperdicia, no una ocasión de
decir alto y claro el tipo de hipocresía que nos rodea, sino la de validar un
sector productivo –el del consuelo privado y de pago- que merecería mejor
suerte, rodeado de tanta y tan variada pornografía social. La rendición o no de
Amarna Miller tiene poco que ver con su sector y más con el país en que su
trabajo es denigrado, pero no los beneficios que aporta cuando no nos miran. Una
feria de la pornografía que aspira a influir en la campaña electoral es un
hecho higiénico, que también podría haber empleado, de haber querido ser más
explícito, lo que de placer fingido tiene lo que nos prometen. Sin la crítica
nítida que califique el discurso político de sexo oral de la peor clase, queda
la realidad expuesta sin preservativo. No es poco para una sociedad arrodillada
que se tiene por virgen mientras la realidad hace su trabajo justo detrás suyo.
martes, 27 de septiembre de 2016
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