sábado, 1 de octubre de 2016

a cada grandeza, su cubo




En el mundo en que reinó Reagan, los representantes del equipo contrario tenían la longevidad que se le deseaba a sus ideas: Yuri Andrópov y Konstantin Chernenko presidieron la Unión Soviética en dos mandatos sucesivos del que dimitieron, al tiempo que de la vida, en apenas quince y once meses respectivamente. Cuando Mijail Gorbachov se hizo cargo de la empresa, Reagan cruzaba ya el ecuador de la década en que iba a sentar las bases del modo republicano de pensar hasta la fecha, con parada posterior en su vicepresidente, George Bush sr. y fonda interminable en su hijo.
La grandeza del país que presidió el primero miraba hacia el peso del estado en la Rusia comunista para amputar la que, en territorio estadounidense, recortaba impuestos a los ricos en la ilusión de que serían estos quienes devolverían a la sociedad lo que el estado se negaba a pedirles.
donald trump es hijo o espectro de ese plan, y tan bien podría éste haberlo entendido que la impresión obvia de no haber ido al colegio en su vida podría ser solo la de considerarse, no heredero, que a algo obliga, sino encarnación del espíritu conservador que Reagan trajo el mundo mientras otra eclosión, la de la publicidad que no llamaba idiota a quien la veía (encarnada en Bill Bernbach y su equipo), declinaba para lanzarse, en los ochenta, en manos del videoclip que iba a moldear millones de anuncios en esa década y aún la siguiente.
trump cumplió sus cuarenta años en medio de esa transformación social que hizo de Estados Unidos un país más próspero e infinitamente más injusto, y que con Reagan en el poder aún tuvo hasta bien entrada la década de los noventa para elevar el privilegio del empresario sobre la sombra del socialismo que no solo dictaba la vida de sus ciudadanos sino que, atrocidad, les impedía enriquecerse con ella.
Que, entrada la campaña presidencial actual, trump imite menos a Reagan que al último de los zares que la revolución bolchevique interrumpió, es una ironía que, en su delirio permanente sobre casi cualquier tema, ha de ignorar en su forma de dirigirse a la mano de obra extranjera, cuán se asemeja a la que practicara aquel Romanov con los derechos de los campesinos rusos de principios del siglo XX.
Sumado el apoyo de los supremacistas blancos –ku klux klan-, el de la asociación americana del rifle y el de empresarios como los hermanos Koch, arracimados en el molde del nazi henry ford, la grandeza a la que trump arrastra a tan infame eslogan, es, en su ataque al socialismo que enmascara el ideario demócrata, el de una dictadura barnizada de espíritu empresarial, en el que basta mentir con énfasis e insultar con energías inacabables para merecer el respeto que un jefe de estado como Obama, que basa el suyo en la inteligencia, la sensatez y la oratoria, no merece si se puede elegir a un cowboy como trump, es decir como Reagan, como Bush jr. Como cualquiera que no sabe la más mínima noción de la fiscalidad de multinacionales, pero por qué preocuparse si la grandeza está a la vuelta de la esquina, como la basura que cualquiera saca a medianoche.

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